jueves, 17 de julio de 2008

El canónigo de Ciudad Real Juan Mugueta, apóstol de la Santa Cruzada

Pocos sabrán que uno de los campeones y sostenes ideológicos de la idea de Santa Cruzada contra el infiel marxista y sin Dios en que se convirtió la Guerra Civil y los cuarenta de Posguerra fue un canónigo magistral de Ciudad Real desde 1915 que vino aquí rebotado tras haber fracasado en las oposiciones a magistralías de Valencia y Cádiz, el doctor Juan Mugueta Eransus. Según Jaime del Burgo era un navarro nacido en Villaveta el 6 de mayo de 1882 que se doctoró en Filosofía por la Universidad Gregoriana de Roma, nada menos, tras haber realizado estudios en el Seminario de Pamplona hasta 1908 y en la Academia romana de Santo Tomás. Consagrado a la predicación, llevó a cabo una intensa acción pastoral en nuestro país. Fue militante y consiliario de la Acción Católica local y el 25 de marzo de 1931 intervino en un mitin hablando sobre «los deberes políticos que impone a los católicos el momento actual», pero su obra más polémica es sin duda una soflama impresa en Pamplona en medio de la contienda (1937) titulada, con claridad meridiana, Ellos y nosotros. Al mundo Católico y Al mundo civilizado. Los que criticaban lo de "Educación para la ciudadanía" habrán de saber que este hombre compuso además un Breviario de ciudadanía o Lecciones sucintas de ética ciudadana, Madrid: Talleres Voluntad, 1927. Pero no debían ser tan sucintas: pasa de las trescientas páginas y es el libro más largo que escribió.

Es autor, además, de un significativo Teologia Clasica y Teologia Nueva. Roca y Espumas (Madrid, 1950), de Perfiles del beato Ávila, apóstol de Andalucía (Madrid, 1949), de Un retrato y una caricatura del prebendado español o Para qué sirven los cabildos (Madrid, 1925); La hora apocalíptica y el año santo: sombras y resplandores (Buenos Aires, Imp. López, 1933) y de Los valores de la raza (Victor Pradera, Ramiro de Maestu, Jose Calvo Sotelo, J. A. Primo de Rivera) (San Sebastián, 1938), Navarra y sus ilustres huéspedes en el solemne centenario de Las Navas de Tolosa (1212-1912). Ofrenda (Pamplona, 1912). De chorali residentia (Madrid, Artes Gráficas, 1926, folleto). Manual de Psicología y Lógica (Madrid, Tall. Voluntad, 1929).

Fue a visitar a su hermana, casada en Buenos Aires, en 1932, donde pasó dos años de permiso. Después fue, al parecer chantre del cabildo prioral de Ciudad Real y rector y profesor de Teología Dogmática de su Seminario Diocesano. Al morir, en 1956, tras dos años de enfermedad cardiaca, era prefecto de estudios y profesor de griego del Seminario, habiendo dedicado además esos dos años a elaborar una decena de sermones sobre la Virgen del Prado.

Era un hombre sin vicios, ni siquiera tomar vino, tabaco o café; por lo que cuentan carecía de dotes pedagógicas y era tan exaltado y fogoso que se le aprovechó para la predicación. Su única rareza consistía en ocultar su calvicie con un peluquín y un sombrero que no se quitaba ni siquiera en casa. Muy aficionado a la pelota vasca de joven, del mucho trato que tuvo con ella le quedaron unas manos enormes y deformes. Fue este el único amor de su vida, si exceptuamos a la Iglesia Católica.

Con semejantes líderes espirituales, no digo polvorientos, sino de polvorín, de verbo flamígero y látigo fustigador, ay, no es de extrañar que algunos se soliviantasen en La Mancha y que tras la Guerra Civil aquí no se pudiese respirar concordia, sino revancha, crimen, comunión diaria y demás fachendosidad, por no decir fachondeo, como expone didácticamente en sus memorias una de sus víctimas, Ángel Crespo, a quien tal tratamiento insufló paradójicamente un ansia jacobina incorregible (suele ocurrir). Y luego dicen que... Claro está que el canónigo Mugueta sacaba un rencor semejante de su dura vida de estricta santidad y renuncia ascética: según su estudioso, José Jiménez Manzanares, ("Un navarro manchego: D. Juan Mugueta", en Cuadernos de Estudios Manchegos) fue un abstemio absoluto, ya lo decía antes: ni alcohol, ni tabaco, ni café siquiera, aunque sí peluquín. ¡No me extraña que, como se dice en la Irlanda de El hombre tranquilo de John Ford, sufriera "alucinaciones provocadas por la sed"! Predicó por toda España y además por Argentina en 1932. Escribió además, en dos días dicen, un Manual de psicología y lógica de trescientas páginas, que parece (bueno, "es") imposible, y algunas otras obras que se han perdido: De chorali residentia, La presencia real... Aunque la mayor de sus luchas fue, sin duda, la que pasó a brazo partido por obtener mejores canonjías que las de Ciudad Real, sufriendo el pobre la envidia y competencia de predicadores tan dotados como Camarasa o Tortosa; quizá sublimó esta frustración en sus escritos. 

Por lo general, quienes son políticos reales y curas ficticios ocultan bajo la sotana el mismo pecado de una marrana codicia y un orgullo tremendo, como el que hizo comprar a cierto santo nada franciscano el marquesado de Peralta, título más alto que el de mero duque, conde, barón, hidalgo, infanzón o rico-home, que dismuló luego cediéndolo gentilmente a su hermanito. Recuerdo al cruel inquisidor honorario y periodista manchego de Cuenca Agustín de Castro, cuya suculenta historia de codicia, delación y falsificación todos sus herederos de fachenda se han esforzado en olvidar, y expondré el caso del escritor a quien plagia continuamente, fundador de casi toda la propaganda antirrevolucionaria europea (y española en la persona de Vélez, Hervás, el filósofo Rancio, Alvarado, el Setabiense y demás calvas venerables y católicas que escribían prevalidas del analfabetismo del pueblo, pues, al no haber enseñanza laica en España, los pobres no podían contestar... en caso de que pudieran leer, que si pudieran acabarían en la hoguera, el garrote vil, el paredón o la ene de palo, como los mismos y beatos etarras criados muchos de ellos en un ponzoñoso seminario por el rencor).

La fuente de este mamón del nacionalismo catolicista y cerril es extranjera, que ni siquiera ideas originales ostentaba. Se trata del reverendo padre jesuita francés Augustin Barruel, autor de la paranoia titulada Memorias para servir a la historia del Jacobinismo (1796-1799) que copian, parafrasean y repiten (eso de repetir es puro reaccionarismo) los loros grises de toda la carcundia española del XIX y XX, incluso los propagandistas de Franco y la Falange, sin saber (eso de ignorar es muy de derechas, diz Losantos, que no peca de invasor del planeta rojo) su arcaica y francesa fuente.

Otro personajillo, pero este con faldas blanquinegras, es el dominico Albino González y Menéndez-Reigada, obispo (de los católicos, que también hay de otros) en Tenerife y Córdoba, pero que publicó presuntamente en Ciudad Real una biografía de Alberto Magno. Es falso; el libro en realidad está escrito por su hermano, que tenía las mismas siglas y por tanto pudo confundirse con él, Antonio González y Menéndez-Reigada, también fraile dominico y profesor en el convento de Almagro, aunque murió antes de la Guerra Civil y de que mataran a todos los dominicos de su convento, lo que ningún ser mínimamente humano debe aprobar. No se puede decir que Albino González reaccionara noblemente. Era un fascista con casulla. Todos sus postulados están fundados en el darwinismo social, el racismo y el ultranacionalismo (con su componente católico como principal eje vertebrador en el caso español) y en la justificación moral y legal de la eliminación física de los disidentes. Fray Albino se presenta como un ideólogo entusiasta del totalitarismo, con tintes racistas contra los judíos y otros pueblos: "Es propio de colonias y de razas inferiores el no poder atender por sí mismos la satisfacción de sus necesidades espirituales. China, Turquía, Japón no producen ni el clero ni los maestros de todo género que necesitan". Y como ha puesto de relieve el profesor tinerfeño Ricardo A. Guerra Palmero en su trabajo Ideología y beligerancia: la cruzada de Fray Albino, alentó la guerra total contra la República y propulsó la consigna de negación de misericordia o piedad con los vencidos, justificando las sacas y fusilamientos masivos de prisioneros. Firmó la Carta colectiva de los obispos españoles a los obispos de todo el mundo con motivo de la guerra en España, en la que denominaban al golpe de estado militar "plebiscito armado", y compuso un (exitoso porque había que comprarlo cuando era más urgente la necesidad de pan) un Catecismo Patriótico Español (1939), recientemente reeditado (Catecismo Patriótico Español, Barcelona: Ed. Península, 2003), en el que se enseñaba a los niños ideas como que los enemigos de España eran, entre otros, el liberalismo, la democracia y los judíos. En él además se alababa hasta extremos delirantes la figura del general Franco, considerándolo enviado de Dios (pág. 59) y artífice del estado totalitario cristiano en que se ha convertido España, tras la Cruzada de Liberación (pág. 75). Como sólo se podían autorizar las labores de reconstrucción de la iglesia católica, el obispo se benefició de la protección del Caudillo y su régimen de chupamindas, lameculos y catarriberas. El historiador de la iglesia José Manuel Cuenca Toribio afirma que "el breve pontificado de aquel dominico asturiano estuvo cuajado de realizaciones, en su mayor parte positivas, que han soportado bien el paso del tiempo, juez inapelable de toda actuación humana". De forma que acumuló todo tipo de nombramientos, cargos, medallas, reconocimientos y honores, aunque sólo de los que le auparon a la gloria (me refiero a la terrenal): asistente al Solio Pontificio, capellán y caballero secretario de las Reales Maestranzas de Sevilla y Ronda, Gran Cruz de Oro de los Cruzados de Tierra Santa, Gran Cruz de Beneficiencia, Gran Cruz Meritísima de San Raimundo de Peñafort y de Alfonso X el Sabio. Sobre este aspecto, el también dominico Carlos Romero ha afirmado que algunas de estas condecoraciones "no las llegó a sacar porque le remuerde la conciencia de humilde y pobre fraile, hijo de Santo Domingo, gastar en estos trámites un dinero que puede invertir en sus obras o en socorrer a los necesitados". En un análisis de este catecismo, el teólogo liberacionista Enrique Miret Magdalena dice, referido a Fray Albino, que la dureza, la crueldad, la censura y el espionaje entre españoles son las actitudes falsamente evangélicas que se desprenden de la enseñanza de este religioso español, que no fue la única, sino sí la más frecuente y casi única en el ambiente de nuestra posguerra. Unas perlas escogidas de este enlace:

"La democracia se organiza a partir de intereses individuales cuya expresión es el voto. Según la democracia todos los hombres valen lo mismo y procura una nivelación por lo bajo, es decir, destruyendo, inutilizando y rebajando a los que son más y valen más, para ponerlos al nivel de los que valen menos. según este razonamiento, la democracia no cree en el pecado original y por eso afirma que todos los hombres son buenos. Por ello Fray Albino afirma que ni la honradez ni la inteligencia son propiamente características de la masa, siempre retardataria e incomprensiva y fácil de sugestionar... Después estaban los judíos a los que llamaba absurdos y blasfemos seguidores del Talmud que aspiran a la dominación universal mediante la aniquilación de los cristianos, en cuyas manos está el capitalismo con el que financió al separatismo, las revoluciones y las propagandas antiespañolas. Los rojos no sabían morir, por su falta de heroísmo. Sin embargo algunos conseguían ser fusilados cristianamente ya que con motivo de los fusilamientos que la justicia de Franco tuvo que hacer con los criminales rojos Fray Albino afirmaba que en privado un 60% de los que iban al paredón se confesaban, pero en público era menos del 10%. (pág. 68). La fe en Cristo y en Dios salvó a España porque sobre esa fe vino enseguida, no, había venido antes de comenzar el Movimiento, la fe en el Caudillo Franco, hombre providencial enviado por Dios". (A. Menéndez Reigada, Mina de oro para enfermos y atribulados. Imprenta Católica, Santa Cruz de Tenerife, 1941, p. 249).

Por su parte Miret Magdalena resalta que el Catecismo Patriótico Español (Salamanca, 1939) de Fray Albino fue el más expresivo de los catecismos de la época.

Allí se dice que los enemigos de España son, entre otros el liberalismo, la democracia y el judaísmo. Y para aclarar bien las cosas, a las infantiles mentes de sus educandos se les enseña que todos los demócratas liberales con la Gran Cruzada han quedado vencidos. Sin embargo teme este padre dominico que no hayan sido aniquilados y se lamenta de ello, porque –en su violenta postura considera que como sabandijas ponzoñosas escóndense en mechinales inmundos, para seguir desde las sombras arrojando baba y envenenando el ambiente. La dureza, la crueldad, la censura y el espionaje entre españoles, son las actitudes falsamente evangélicas que se desprenden de la enseñanza de este religioso español, que no fue la única, sino sí la más frecuente y casi única en el ambiente de nuestra posguerra (pág. 11). Ante el hecho evidente del adelanto de los países protestantes.... Los países protestantes son los más adelantados con un adelanto parcial, unilateral y morboso que lleva fatalmente en germen la catástrofe, y la causa del relativo atraso de España en la época moderna fue el haberse olvidado de sí misma y querer vivir de prestado copiando al extranjero. Afirma este padre que los partidos políticos no subsistirán en el Estado español porque son creaciones artificiales del régimen parlamentario para dividir, inutilizar y explotar la nación. A continuación hace la apología de lo que él llama "Estado totalitario cristiano", que es –según él el que tenemos en España, porque conviene a nuestra estructura y tradición nacionales. Este clérigo condena asimismo la libertad de conciencia o elegir la religión que más agrade. El Gobierno, por tanto, no debe amparar la libertad de cultos, algo que contradice incluso a teólogos clásicos como Soto y Suárez, que la habían defendido en el siglo XVI para América. Al Gobierno sólo le incumbe profesar y amparar la única religión verdadera, la católica. Las demás libertades de enseñanza, propaganda y reunión –aceptadas como derecho inalienable del hombre por el Vaticano II– eran libertades perniciosas que no se pueden ni siquiera tolerar (pg. 13).

Hablemos algo de alguien más interesante que este parcial enemigo del pensamiento, su hermano, que publicó en Ciudad Real cosas nada destructivas, como un volumen de poemas, biografías y otras obras estimables; quizá por eso no progresó tanto como su hermanito. Este dominico escritor nació en Corias (hoy Cangas del Narcea, en Asturias) el 29 de noviembre de 1861 y murió en Sevilla el 29 de febrero de 1924. Ingresó novicio en el convento de los dominicos del lugar y terminó sus estudios en San Esteban de Salamanca (1886). Ejerció como profesor en el colegio de su Orden en Almagro (Ciudad Real) y dirigió a la vez la revista Boletín del Rosario. En 1913 asistió como definidor al Capítulo General de la Orden celebrado en Friburgo (Suiza). Entre otros cargos dentro de la Orden, ostentó el de superior en el convento de Córdoba. Y escribió obras como La inmoralidad del teatro moderno (Madrid, 1899), La estética del Rosario (Cádiz, 1910), El mes de octubre (Barcelona, 1911) y Poemas líricos (Jerez, 1919). A ellas hay que añadir esta de la que hablo, la Vida de San Alberto Magno, Almagro: Tipografía de los Dominicos, sin año

Dice el historiador inglés Preston que en la España civil (que no roja) se fusiló tres veces menos que en la rebelde España militar. Si lo dice un extranjero hispanista, será más de fiar que lo que pueda decir un nativo de aquí, aunque hay que desconfiar un poco de él por otros motivos: la Guerra civil es también un gran negocio editorial del que sacan tajada no pocos historiadores y escritores sensacionalistas. 

El caso es que militares y curas, uniformados y coaligados ambos, como en el XIX el Altar y Trono, se alzaron contra el pueblo (por lo general es el pueblo el que se suele alzar: curiosa manipulación del lenguaje) y lo masacraron, de forma que el pueblo respondió con otra masacre, que no fue la primera, por cierto. Tendría sentido hablar de reconciliación (aunque siempre tiene sentido esta palabra) cuando dos han sufrido por igual o casi igual, pero, si eso no fuera así (y para Preston no es así), lo que sí tiene sentido es hablar de injusticia, crimen, castigo y ansia de retribución, lo que algunos, incluidos los que andan royéndole los zancajos a Garzón, se empeñan en no ver, no notar, no palpar y sobre todo no oler, como ocurre con esos cadáveres que todavía aguardan fosa individual. El estudioso manchego de estas matanzas a la serbia, Francisco Alía, por lo que sé, se limitó a contar y no pasó a más, seguramente por lo espinoso del tema y su libro lo leyó con avaricia mi padre, que me contó cosas de estas que él sin duda conoce pero deja en la inmaculada imparcialidad del número y la lista de nombres.

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