jueves, 18 de enero de 2018

Los manchegos de Umbral

En ciertos años uno convive con su cuerpo como con un traidor. Si alcanzas la edad de los infartos no sabes cuándo te va a mandar a paseo con un tiro de gracia. O con un trombo sin nada de gracia. Le digo: "¿Tú también, Bruto...? Qué bien me siento cuando no me siento". Porque sentirse demasiado es resentirse, es aprensión, hipocondría en pedante. Uno pasa la vida entre taquicardias, sufriendo cómo bailan claqué las inquietas arañas sobre los tubos enchufados al corazón, que es un saxo o un trombón de varas mal hecho. Una refinería, como el Centro Pompidou. Por no hablar de próstatas escocidas y otras glándulas y vainas. Ah, y los venenos de la vitualla.

Se me han muerto dos pájaros en dos días. El último, en San Antón, patrono de los animales. Mi hija ya me está llamando deprimente y cambio de tercio; me pongo a buscar algo que les entretenga y cojo un libro de mis montones que sea compulsivamente animado. Saco la Trilogía de Madrid, de Umbral. Como todos los suyos, está muy poblado; habla de una España difunta, pero más estimulada que la de ahora, que es tétrica; lo digo (también) por el tetris, ya que no hay manera de ordenar y acabar España y pegar sus piezas unas con otras, como no hay manera de acabar el tetris. Que nadie quiere reprogramar.

Lo de Umbral es la metáfora y el descaro que debe tener todo estilo. Sin frescura no se puede tallar la grisura del lenguaje convencional. Pero este famosillo es patológicamente superficial. Si tiras una botella al mar como la de Vigny, se supone que tiene que haber algo dentro de ella y no solo postura. Es verdad que un escritor es fundamentalmente un gilipollas que se expresa por escrito porque tiene una patológica timidez o problemas de comunicación. Estando vacíos, vacían botellas al mar y son alcohólicos o algo peor; no se llenan nunca de nada, lo descomponen todo. Taladran la lluvia chorreante como los gusanos o las larvas muertas de los tornillos que mantienen unido el Todo. Otras veces el escritor es una esponja de entusiasmo completamente estrujada o anulada por la sociedad. Tanta actualidad ya solo le ha dejado poros o los ojos de Argos y se ha vuelto absolutamente superfluo; flota sobre ella como el corcho o la mierda. Y ese es el caso del simpadre Umbral, un hombre vacío y destrozado dos veces, una por el afecto de nevera de su madre y otra por su hijo, ese niño muerto, aunque a él por lo menos le quedaba la dignidad del lenguaje, eso que le hace tan intraducible y tan nuestro. Le quedaba hablar de su libro. Y hablar mal de Baroja, también.

Madrid es una vía pecuaria sobre el arroyo del Abroñigal. Y así es como la pintó Antonio López, que andaba por 
allí "como un pastorcillo angélico" y "un alucinado de la realidad". Fue gran amigo suyo. Incluso puso el famoso cuadro como portada para su novela Nada en el domingo. Lo admiraba tanto que él, tan poco proclive a los elogios, escribió era "uno de los genios fundamentales de la pintura española de todos los tiempos". De Paco Nieva, otro genio, dice que no tomaba en serio el postismo de Jesús Juan Garcés, porque era nada menos que militar y almirante y venía del garcilasismo. Nieva era "un manchego pasado por Bataille que se ponía de madrugada la manta como un chal carromatero para aparecerse (en realidad se había quedado en casa), irreal de maquillaje, empolvado en las buñolerías del alba, los zocos de efebos y las cenas de Sole". Nunca vestía de marrón, que no es color de caballeros. Cuerdamente lo sitúa entre Valle-Inclán y Ramón Gómez de la Serna, algo "demasiado fino para el oído de estraza del espectador español". Escribe que "se le había quedado dentro la infancia como vivencia, y no como conciencia". Otras veces intenta esquivar la seducción de Gregorio Prieto y las "proposiciones arcangélicas" de "su serrallo hermafrodita". A Umbral la mayor parte de los manchegos le parecían "acordobesados". Prieto pintó a Lorca "con ojos de mujer". Y no sabemos si se refiere a Lorca o a él, o a los dos. Y Umbral lo describe en Londres, sumiso, planchándole los pantalones al erizo de Luis Cernuda, el que decía aquello de ser "un naipe cuya baraja se ha perdido" y lo de "no sé nada, no quiero nada, no espero nada". De Francisco García Pavón no dice nada apenas, solo que dirigía Taurus.

De Sara Montiel refiere que no paraba de contarle chismes rurales a Jorge Fiestas y que a él lo  conoció tarde y mal, aunque le hizo una entrevista en el tardofranquismo donde se confesaba socialista y hablaba de sus parientes encarcelados o fusilados por Franco. "La publicación de aquella entrevista fue la hostia, o sea, el copón", concluye.

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