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domingo, 31 de diciembre de 2023

Palíndromos Monterroso

De Quora:

Un texto de Augusto Monterroso sobre el tema, y al final un breve agregado mío:

Augusto Monterroso

ONÍS ES ASESINO

El poder de las moscas: ganan ba­tallas, impiden que nuestra alma obre, comen nuestro cuerpo. (BLAS PASCAL, Pensamientos)

Nuestro idioma parece ser particular­mente propicio para los juegos de palabras. Todos nos hemos divertido con los de Villa­mediana (diamantes que fueron antes / de amantes de su mujer); con los más recata­dos, si bien más insulsos (di, Ana, ¿eres Dia­na?), de Gracián, quien, hay que reconocer­lo, escribió un tratado bastante divertido, la Agudeza y arte de ingenio, para justificar esa su irresistible manía; con los de Calderón de la Barca (apenas llega cuando llega a penas); etcétera. Es curioso que sea difícil recordar alguno de Cervantes. Muchos años después Arniches (imagínate, mencionarlo al lado de éstos) llega a la cumbre. Como es natural, nosotros heredamos de los españoles este vi­cio que, entre los escritores y poetas o meros intelectuales, se convierte en una verdadera plaga. Hay los que suponen que entre más juegos de palabras intercalen en una conver­sación (principalmente si ésta es seria) los tendrán por más ingeniosos, y no desperdi­cian oportunidad de mostrar sus dotes en este terreno. Es dificilísimo sacar a un ma­niático de éstos de su error. Personaje digno de La Bruyere, no hay quien no lo conozca. A dondequiera que vaya es recibido con au­téntico horror por el miedo que se tiene a sus agudezas, que sólo él celebra o que los demás le festejan de vez en cuando para ver si se calma. ¿Lo visualizas y te ríes? Pues tú tam­bién tendrías que releer un poco tu Horacio.

Son más raros los que llevan sus hallaz­gos a lo que escriben, aunque, por supuesto, mucho más soportables. Shakespeare aterra con sus juegos de palabras a los traductores (su merecido, por traidores), quienes no tie­nen más remedio que recurrir a las notas a pie de página para explicar que tal cosa sig­nifica también otra y que ahí estaba el chiste. Proust, tú sabes, los dosifica majestuosamen­te. En las traducciones de Proust las notas casi desaparecen: cuando habla de las preciosas ra­dicales no se necesita ser muy listo para darse cuenta de que está aludiendo a Las preciosas ridículas de Molière. Joyce lleva las cosas a ex­tremos demoniacos, por lo cual no se traduce Finnegan's Wake. Entre nosotros, recuerdo, han sido buenos para esto Rubén Darío:

Kants y Nietzsches y Schopenhauers

ebrios de cerveza y azur

iban, gracias al calembour,

a tomarse su chap en Auer's

Y más cerca aún, Xavier Villaurrutia:

Y mi voz que madura

y mi bosque madura

y mi voz quemadura

y mi voz quema dura.

Pero lo anterior no tiene casi nada que ver con que Onís sea asesino, o con que amen a Panamá, o con que seamos seres sosos, Ada.

Ahora te lo explico. La otra noche me encontré al señor Onís, hijo del señor Onís, en una reunión de intelectuales. En cuanto me lo presentaron dije viéndolo fijamente a los ojos: ¡Onís es asesino! Cuando noté que, aterrado, estaba a punto de decirme que sí, de confesarme algo horrible, me apresuré a explicarle que se trataba de un simple palíndroma. Qué gusto sentí al notar que el alma le volvía al cuerpo. Recuerda que palíndromas son esas palabras o frases que pueden leerse igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda, según declara valientemente la Academia de la Lengua, aunque llamándolas palíndromos, como si no fuera mejor del otro modo. Los vimos en la escuela: ANILINA. DÁBALE ARROZ A LA ZORRA EL ABAD. ANITA LAVA LA TINA, etcétera.

Y es aquí donde los asesinos de salón que hacen juegos de palabras para acabar con las conversaciones se encontrarían con una verdadera dificultad. Pruébenlo. Hace ya varios años nos entregábamos a este ino­cente juego (lo más que requiere es un poco de silencio y mirar de cuando en cuando al techo con un papel y un lápiz en la mano) un grupo de ociosos del tipo de Juan José Arreola, Carlos Illescas, Ernesto Mejía Sán­chez, Enrique Alatorre, Rubén Bonifaz Nu­ño, algún otro y yo. Durante tardes enteras o noches a la mitad tomábamos nuestros pa­pelitos, trabajábamos silenciosos y allá cada vez nos comunicábamos con júbilo nuestros hallazgos.

Estas cuatro o cinco cuartillas quieren ser un homenaje y un reconocimiento al ta­lento (entre otros) para el palíndroma de Car­los Illescas, positivo monstruo de este depor­te, quien de pronto levantaba la mano, pedía silencio y decía, como hablando de otra cosa: Aman a Panamá, o Amo la paloma, o sea AMAN A PANAMÁ o AMO LA PALOMA por cual­quier lado que los mires o quieras amarlos; mientras nosotros, yo por lo menos, nos de­batíamos repitiendo ROMA AMOR ROMA AMOR, para que él nos saliera al rato con algo tan hu­millante como esto: ADELA, DIONISO: NO TAL PLATÓN, O SI NO, ID A LEDA, lo que acababa de sumirnos en la desesperación y la im­potencia.

Posteriormente leímos los famosos que el gran mago Julio Cortázar trae en «Leja­na», de Bestiario:

Salta Lenin el atlas

Amigo, no gima

Átale, demoniaco Caín, o me delata

Anás usó tu auto, Susana.

Y recordábamos uno muy pobre o muy tímido de Joyce o que Joyce usó:

Madam, I'm Adam

y alguno que otro del idioma inglés (no muy bueno para esto, según entiendo):

A man, a plan, a canal: Panama.

Más tarde, Bonifaz Nuño aportó la de­claración antisinestésica:

Odio la luz azul al oído

y Enrique Alatorre el existencialista:

¡Río, sé saeta! Sal, Sartre, el leer tras las ateas es oír;

y Arreola

Etna da luz azul a Dante;

en tanto que Illescas, como diligente araña, sacaba sus hilitos de tejer y destejer:

Somos laicos, Adán; nada social somos;

o el admonitorio

Damas, oíd: a Dios amad;

o el acusatorio

Onís es asesino;

o el preventivo y definitivo y ahora en plan de suave melodía de égloga virgiliana:

Si no da amor alas, sal a Roma, Adonis.

Después venían otros suyos sumamen­te extraños, ya dentro de la embriaguez en que se pierden los sentidos (que es la buena) y África y Grecia se abrazan en misterioso contubernio, como

Acata, sale, salta, acude, saeta afromorfa;

ateas educa, Atlas, el as ataca.

O lo que él llamaba palíndroma de palíndromas:

Somos seres sosos, Ada; sosos seres somos;

en el que cada palabra es también palíndroma; o el palíndroma ad infinitum:

O sale el as o... el as sale... o sale el as... o;

o, por fin, la palíndroma política, en el que alguien pregunta: «¿Qué es la OIT (Organi­zación Internacional del Trabajo)?», y se le responde:

Tío Sam más OlT

para rematar con algo que ya no le creía­mos porque somos naturalmente desmemo­riados y eso de Evemón se nos hacía sos­pechoso:

¿No me ve, o es ido Odiseo. Evemón?

y nos tenía que explicar que Evemón no era otro que Tésalo (ah, así sí), padre de Eurí­pilo (claro), como fácilmente se podía ver en Ilíada II, 736; V, 79; VII, 167; VIII, 265; y XI, 575.

Ahora, yo tengo que confesar que jamás pude ni he podido posteriormente hacer o encontrar un solo palíndromo que vaya más allá de los ya dados por la madre naturaleza: oro, ara, ama, eme, etcétera, excepto uno que me costó horas de esfuerzo, pero tan escatoló­gico, para vergüenza mía, que me apresuro a ponerlo aquí: ¡Acá, caca! Sospecho que Me­jía Sánchez tampoco, pues finalmente, cuan­do empezamos, por incapacidad manifiesta, a buscar un nuevo género, o sea, los falsos palíndromos (ejemplo: Don Odón, que suena, pero no es), salió con uno falsísimo, pero que a todos en un momento dado nos pareció au­téntico, pues en esos días se hablaba del Pre­mio Nobel para Alfonso Reyes:

Alfonso no ve el Nobel famoso,

que no se lee de atrás para adelante ni de broma; en tanto que Illescas, algo cansado de su facilidad, aceptaba con entusiasmo mi modesta proposición de estructurar una lar­ga frase en español que, leída de derecha a izquierda, dijera lo mismo, pero en inglés, o en el idioma que en ese momento le parecie­ra mejor, o más difícil.

AUGUSTO MONTERROSO, Movimiento perpetuo, Alfaguara, Madrid, 1999, (1972), pp. 80-89.

P.S.:

Los de Cortázar en realidad son tomados de la novela ¡Estafen!, de Juan Filloy (1931). Habría que agregar esta muestra de virtuosismo de Ricardo Ochoa:

Adivina ya te opina, ya ni miles origina, ya ni cetro me domina, ya ni monarcas, a repaso ni mulato carreta, acaso nicotina, ya ni cita vecino, anima cocina, pedazo gallina, cedazo terso nos retoza de canilla goza, de pánico camina, ónice vaticina, ya ni tocino saca, a terracota luminosa pera, sacra nómina y ánimo de mortecina, ya ni giros elimina, ya ni poeta, ya ni vida.

Y para quien quiera hundirse en un dédalo palindrómico delirante, este libro de quien quizá sea el más fértil cultor del género: Víctor Carbajo, quien tiene la gentileza de compartirlo gratuitamente:

http://www.carbajo.net/pdf/varios/carbajo-212212_palindromos-2019.pdf

La página del autor: Palíndromos Españoles

miércoles, 9 de agosto de 2023

Cicerón, redescubierto en el siglo XIX

De Abel-François Villemain en el "Discurso preliminar" a Marco Tulio Cicerón, La república de Cicerón conforme al texto recientemente descubierto y comentado por monsieur Ángel Mai, bibliotecario del Vaticano, con el discurso preliminar y las disertaciones históricas de monsieur Villemain, de la Academia francesa, y con la traducción castellana de Antonio Pérez y García. Madrid: imprenta de Repullés, 1818.

[Busquemos en los escritores del paganismo y del cristianismo] los fragmentos que nos han conservado del tratado de La República [de Cicerón]. Si abro yo, no digo solamente el libro del gramático Diomedes o de Nonio, autor de un tratado sobre la propiedad de los términos, sino si consulto la erudita colección de Aulo Gelio y los fragmentos del orador Frontón, hallo allí los libros de La República citados en apoyo de una acepción rara del verbo superesse o del verbo gratificari: veo, en fin, que Cicerón había hecho en esta obra tal o cual empleo de una elipse o de una metáfora.

Mas, si recorro Lactancio o San Agustin, si pregunto a la literatura cristiana, fecunda y nueva como las virtudes que anunciaba al mundo, encuentro en ella el libro de Cicerón citado con frecuencia en sus relaciones las más filosóficas y las más elevadas; encuentro en ella exactamente reproducidos, y algunas veces inculcados o combatidos con elocuencia, los pasajes del tratado de La República únicos que hasta entonces se poseían y que habían hecho concebir tan alta idea del original. Lactancio es quien transcribe en uno de estos bellos fragmentos traducidos de Platón que Cicerón había ingerido con tanta frecuencia en su obra, la comparación del justo condenado y del culpable triunfante. Fácil es concebir, en efecto, que semejantes ideas serían ávidamente adoptadas por los primeros cristianos.

"Suponed, os ruego, dos hombres (Lact. Instit. lib. V. cap. XII1) de los cuales el uno es el mejor de los mortales; de una equidad, de una justicia perfecta, de una fe inviolable; y el otro de una perversidad y de una audacia insignes. Suponed, también, el error de un pueblo que haya tomado a este hombre virtuoso por un malvado, un cobarde, un infame, y que haya creído, por el contrario, que el verdadero criminal está lleno de honor y de probidad. Que, por consecuencia de esta opinión universal, el varón virtuoso se ve atormentado, arrastrado al cautiverio, y que le mutilan las manos y le arrancan los ojos: que le condenan, le cargan de hierros, le dan tormento en las llamas; que le arrojan de su patria, que muere de hambre, y que parece por fin a los ojos de todos el más miserable de los hombres, el más justamente miserable. Por el contrario, que el perverso se ve colmado de alabanzas y de homenajes, que todo el mundo le ama, y que refluyen sobre él los honores, las dignidades, las riquezas y los goces todos: que es, en fin, en la opinión de todos el hombre más virtuoso, y que le reputan el más digno de la prosperidad. ¿Hay alguno tan ciego que vacile en la elección entre estos dos destinos?"

La reflexión de Lactancio sobre este pasaje es bella y digna de notarse. «Al hacer, dice, esta suposición, parece que Cicerón haya adivinado los males que debían caer sobre nosotros; y cómo debíamos sufrirlos por la justicia

San Agustín (August., lib. IV Contra Pelagium),  empeñado contra el célebre heresiarca Pelagio en un combate teológico sobre la naturaleza y la caída del hombre, invoca igualmente a Cicerón, y cita este hermoso pasaje que con tanta elocuencia ha desenvuelto Pascal.

"La naturaleza, más bien madrastra que madre, ha arrojado el hombre a la vida con un cuerpo desnudo, frágil y débil; con una alma que la inquietud agita, que el temor abate, que la fatiga consume, que las pasiones arrebatan y en la que, sin embargo, queda como medio apagada una chispa divina de inteligencia y de genio. "

San Agustín es también quien, en su Ciudad de Dios, obra recalcada evidentemente sobre la idea del tratado de La República, nos ha conservado como uno de los fundamentos que Cicerón había dado a sus opiniones sobre el origen y la naturaleza del poder, el hermoso principio de la soberanía de la justicia, anterior a la soberanía del pueblo y de la fuerza. Ved aquí el pasaje tal como ha sido citado:

«La cosa pública (August. Civit. Dei, lib. X, 2) es realmente la cosa del pueblo todas las veces que es dirigida con sabiduría y justicia, o por un rey, o por un número pequeño de grandes, o por el universo pueblo. Mas, cuando el rey es injusto, es decir, tirano; o los grandes injustos, lo cual transforma su alianza en facción; o el pueblo injusto, mereciendo igualmente el nombre de tirano; entonces no solo se corrompe la república, sino que deja de existir; porque no es realmente la cosa del pueblo cuando yace bajo el yugo de un tirano o de una facción; y el pueblo mismo no es ya pueblo si se convierte en injusto, porque entonces deja de ser ya una agregación formada bajo la sanción del derecho y con el lazo de la común utilidad

En otra parte, Lactancio, protestando contra los decretos bárbaros con que el despotismo de los emperadores había perseguido la resistencia de los primeros cristianos, copiaba de Cicerón y trasmitía a la posteridad estas bellas páginas, extractadas del libro tercero de La República.

«Es una ley verdadera (Lact. Instit. lib. VI. cap. VII), la recta razón, conforme a la naturaleza, universal, inmutable, eterna, cuyas órdenes estimulan al cumplimiento de los deberes, y cuyas prohibiciones alejan del mal. Sea que ordene, sea que prohíba, sus palabras no son ni vanas con el bueno ni poderosas sobre el malvado. Esta ley no consiente ser contradicha, ni trasladada a otra parte, ni abolida toda entera; y ni el Senado ni el pueblo pueden libertarnos de la obediencia a esta ley. No necesita nuevos intérpretes ni nuevos órganos: es la misma en Roma que en Atenas: idéntica mañana a hoy. En todas las naciones y en todos los tiempos reinará esta ley, siempre una, eterna, inderogable; y el soberano autor del universo, el rey de todas las criaturas, Dios mismo, ha dado nacimiento, sanción y publicidad a esta ley que el hombre no puede violar sin huir de sí mismo, sin renegar de su naturaleza y sin sufrir solo por esto las más duras expiaciones, aunque por otra parte haya evitado lo que se llama suplicio.»

¡Palabras sublimes! ¡Precioso e inmortal recuerdo de la revelación primitiva que había olvidado el universo! Antigua tradición de Dios mismo, tradición oscuramente conservada por algunos sabios, pero que no tardó a perderse entre los groseros errores del politeísmo, y promulgada en fin en todo el mundo por la fe cristiana que devolvía a estas virtudes naturales una sanción más elevada!

Al lado de estos preciosos fragmentos que pasaron así de la obra de Cicerón a los primeros defensores del cristianismo, debemos colocar un trozo más conocido, cuya conservación se ha debido a un filósofo platónico. Basta indicar el "Sueño de Escipión", episodio admirable del tratado sobre La República, ficción sublime en la que Cicerón hizo salir de la boca de un hombre grande el dogma de la inmortalidad del alma para añadir el apoyo de esta gran verdad a todas las leyes y a todas las instituciones de la tierra. Macrobio, que al principiar el siglo V transcribió y comentó este pasaje a la mayor parte de los literatos latinos de aquella época, muy ocupado con las curiosidades filológicas e ignorante de las grandes ideas del cristianismo, cuyo nombre no pronuncia en su comentario ni en la colección; pero de origen griego, aunque escribía en latín, había adquirido el gusto de esa especie de teurgia, de esa mezcla de abstracción y de iluminismo por el que la Grecia alimentaba sus antiguas creencias y procuraba rejuvenecerlas. Lo que le interesa y lo que desenvuelve en su comentario son los raciocinios quiméricos sobre algunas ideas pitagóricas a las que había aludido Cicerón en ciertos lugares del "Sueño de Escipión", sin duda para dar a la verdad fundamental de este pasaje un no sé qué misterioso y solemne [....] Mas no por eso debemos estar menos agradecidos a Macrobio por haber reproducido en su colección este admirable episodio de la obra que los siglos han tenido oculta por tanto tiempo.

sábado, 9 de julio de 2022

Ithkuil. El idioma artificial más difícil, pensado para evitar errores e imprecisiones y traducir las lenguas naturales mucho más concisamente.

Ithkuil

Ithkuil (nombre nativo Iţkuîl) es una lengua artificial humana extremadamente complicada creada por el lingüista estadounidense John Quijada entre 1978 y 2004. Según la descripción del autor, Ithkuil es "un proyecto filosófico para un lenguaje hipotético", que aparece como un cruce entre un lenguaje filosófico a priori y un lenguaje lógico. Entre los objetivos de Quijada estaba el intento de mostrar cómo podrían funcionar las lenguas humanas. Ithkuil está diseñado para condensar grandes cantidades de información lingüística usando menos palabras y más cortas que las que se encuentran en idiomas naturalmente evolucionados; la mayoría de las expresiones en otros idiomas parecen mucho más cortas cuando se traducen a ithkuil.

La hipótesis Sapir-Whorf postula la existencia de una conexión entre las características de la lengua materna de una persona y las habilidades cognitivas de la misma persona y, en consecuencia, entre la velocidad del habla y la velocidad del pensamiento humano. Stanislav Kozlovsky cree que un hablante nativo de Ithkuil puede pensar a una velocidad más de cinco veces mayor que un hablante de una lengua natural típica. Sin embargo, no hay nadie en el mundo que sea capaz de hablar Ithkuil con fluidez, incluido su Creador mismo: "yo no hablo ithkuil, nunca lo he hecho, nunca lo haré, ni nunca lo he apoyado. Después de la publicación de un artículo sobre el Ithkuil en la revista rusa Komp''juterra ("velocidad del pensamiento" por Stanislav Kozlovsky, "Компьютерра", N°26 - 27, 20 de junio de 2004), muchos rusos y ucranianos contactaron a Quijada y expresaron su interés en aprender el idioma. Quijada ha afirmado recientemente haber trabajado en una revisión exhaustiva de la morfofonología del lenguaje durante para facilitar la pronunciación (como lo requiere muchas personas interesadas en aprender el idioma), redujo el número de fonemas de 82 a 62, pero también dijo que, unos años más, no tendrá tiempo para revisar la referencia gramatical presente en el sitio web oficial:

http://www.ithkuil.net/


martes, 30 de marzo de 2021

Génesis de las palabrotas

 'Con dos huevos', un diccionario de expresiones castizas

Luis Herrero ha entrevistado a la filóloga Héloïse Guerrier, coautora del libro Con dos huevos, un diccionario de expresiones castizas.

esRadio 2014-06-09

Luis Herrero ha entrevistado a la filóloga Héloïse Guerrier, coautora del libro Con dos huevos, un diccionario de expresiones castizas

Héloíse Guerrier, coautora del diccionario de expresiones castizas Con dos huevos ha explicado En Casa de Herrero algunas de las expresiones con las que cuenta su obra. Así, ha afirmado que lo que le llevó a escribir este libro fue la sorpresa que le provocaron las expresiones que se emplean en España. "Me hacían mucha gracia y las iba apuntando, de aquí salió la idea de este libro", explicó.

En primer lugar se ha referido a la expresión que da título al texto, "con dos huevos", explicando que "abarcan muchos significados" y que pese a que no ha encontrado un "origen concreto se asocian a los atributos masculinos, a valentía y a valores positivos", a diferencia de expresiones en las que se emplean los atributos femeninos como "es un coñazo" en las que los "valores son negativos". En este sentido, ha aclarado que “el libro no pretende decir que el lenguaje español es machista” sino que “tiene mucha relación con el sexo y la comida".

Héloïse Guerrier también ha explicado el origen de la expresión "me cago en la leche", comentando que hace referencia "a la leche materna" y que en realidad proviene de "me cago en la leche que mamaste", así como "me cago en la mar viene de la virgen María". Respecto al dicho "el coño de la Bernarda", ha señalado que "sale en muchas fuentes" pero que la mayoría la "ubican a Bernarda en Granada" y se trata de "una santera que cuando tocaban su sexo tenían más suerte, buenas cosechas, salud…”. Además, ha comentado que fue “una leyenda que levanto revuelo en la iglesia” y que se dice que “al desenterrarla vieron su sexo era lo único que quedaba intacto”.

En cuanto a "montar un pollo" ha aclarado que "pollo no tiene que ver con el volátil sino con poyo, que viene del pedestal en el que el orador daba un discurso en el que podían salir polémicas…". Al mismo tiempo, la filóloga ha explicado que el origen de "manda huevos" no viene de esa palabra sino de que "viene de la expresión latina mandat opus que significa la necesidad obliga".

Para terminar, Héloïse Guerrier ha señalado que las expresiones que no han incluido en el libro responden a que "era muy difícil de plasmarlas a modo de ilustración", para lo que se ha referido a "verdades como templos", afirmando que "la verdad no se puede dibujar". "Lo que me interesó mucho es la interpretación del ilustrador en el libro, me gusta el contraste entre el texto y las imágenes", destacó.

domingo, 24 de mayo de 2020

Glosario manchego

Un curioso glosario manchego, aunque insuficiente, pues no usa demasiada bibliografía.

https://glosariomanchego.wordpress.com/

martes, 20 de agosto de 2019

Un manchego, el segundo traductor europeo del Corán al latín

Copio la biografía que le escribí en la wiki:

Marcos de Toledo

Se conoce como Marcos de Toledo a un médico y canónigo de la catedral de Toledo que vivió a finales del siglo XII y comienzos del XIII; fue uno de los miembros de la Escuela de traductores de Toledo y tradujo al latín el Corán, obras de Galeno y los Opúsculos del mahdi de los almohades Ibn Tumart.

Biografía

Descendía de una familia mozárabe que se instaló en Toledo tras la invasión musulmana. Nació en Toledo y allí estudió medicina (o tal vez en Montpensier) y se ordenó sacerdote; en 1198 fue nombrado canónigo de la Catedral de Toledo.1​ Tradujo libros fundamentales de Galeno a través del texto árabe de Iohannitius / Hunayn ibn Ishaq: De motibus membrorum liquidis y De pulsu ac de pulsus utilitate; seguramente muchas traducciones manuscritas y anónimas de tratados medicinales puedan adjudicársele.

Pero dedicó sus últimos años a traducir al latín las escrituras sagradas del Islam por orden del arzobispo de Toledo don Rodrigo Jiménez de Rada y del archidiácono Mauricio: así lo hizo constar el mismo Marcos de Toledo en el largo prefacio que antepuso a su versión del Corán, en que, en palabras de Nadia Petrus, realiza tres cosas: "Una peculiar biografía de Mahoma... los preceptos que todo musulmán debe seguir... y los patrocinadores e impulsadores de la traducción y el lamento de la sociedad cristiana por la dominación musulmana.".2​ Terminó su versión del Corán, el Alchoranus Latinus o Liber Alchorani, en Toledo, en 1210, aunque ya había habido un intento de traducir esta obra entre los años 1142 y 1143 por parte de Robert de Ketton, clérigo inglés residente en Pamplona, por encargo de Pedro el Venerable; sin embargo, la traducción de Marcos, menos divulgada que la de Robert de Ketton, es ad verbum o literal y conserva la división en azoras. Esta traducción fue usada y citada por Riccoldo da Monte di Croce en su tratado Contra legem saracenorurm a fines del siglo XIII; también se tradujeron al italiano algunas partes en 1461 por parte de Nicalaio di Berto.3​ Se han conservado siete manuscritos latinos de esta versión, considerada la segunda al latín, si bien no se detuvo ahí el canónigo: tradujo también los Aquîda u Opúsculos del mahdi de los almohades, Ibn Tumart, obra que terminó en Toledo el 1 de junio de 1213. El arzobispo Jiménez de Rada usó estas obras para elaborar su Historia arabum. Aunque se desconoce su fecha de fallecimiento, como la Catedral de Toledo conserva su testamento otorgado en el año 1216 (Archivo Capitular de Toledo, 42-23, fol. XXVII), probablemente no llegó a vivir mucho más.4​

Obras
El Corán (Al-Qur’an), 1213 [otros autores lo fechan en 1209]. Hay ed. moderna al cuidado de Nàdia Petrus Pons: Alchoranus latinus quem Marcus canonicus Toletanus transtulit. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2016.
Tratados religiosos musulmanes, 1213
Contrarietas Alpholica (libro de teología islámica), s. f.
Galeno, De tactu pulsus, De motu membrorum, De utilitate pulsus y De motibus liquidis, s. f.
Hipócrates, De aere aquis locis, s. f.
Hunayn ibn Ishaq, Isasoge ad Tegni Galieni, s. f.

domingo, 23 de diciembre de 2018

Palabras alemanas sin traducción al español

DIEZ PALABRAS DEL ALEMÁN
IMPRESCINDIBLES PARA EL IDIOMA ESPAÑOL

Un indudable caso de “Verschlimmbesserung” | Woman destroys Elias Garcia Martinez fresco in botched restoratio | Foto: © picture alliance - dpa / Centro De Estudios Borjanos
Puede que el español debiera incorporar a su vocabulario un puñado de palabras de la lengua de Goethe. He aquí una humilde propuesta.

El diccionario español tiene censadas 80.000 palabras, una barbaridad (con perdón) si tenemos en cuenta que el usuario medio apenas usa entre 500 y 1.000 en un día inspirado. Entonces, ¿por qué creemos que el castellano debería incorporar unas cuantas palabras del teutón? Pues, por ejemplo, para poder expresar sucintamente “ese peso que se gana cuando comes demasiado por estar preocupado”. El maldito Kummerspeck, que nos ha vuelto a frustrar la operación bikini.

NEIDBAU

¿Cuál sería la traducción literal al español?

“Construcción de envidia”.

¿Por qué es necesaria?

Si la envidia es, como dicen, el pecado capital del español, nuestra lengua está pidiendo a gritos un “Neidbau”, palabro que designa ese “edificio construido con el único propósito de molestar de algún modo al vecino”: ese balcón que tapa las vistas al vecino de acá, ese cobertizo que deja en sombra la piscina de aquel otro... ¡la imaginación es el límite!


BACKPFEIFENGESICHT

¿Cuál sería la traducción literal al español?

“cara de bofetada”

¿Por qué es necesaria?

A cualquiera le ha sucedido alguna vez. Al cruzarse un desconocido y, aunque uno es de natural pacífico, se siente un impulso irrefrenable de arrearle una galleta con la mano abierta. Pues no es culpa se nadie cuando uno se encuentra frente a un ejemplar de “Backpfeifengesicht”. Y es que van provocando.


TORSCHLUSSPANIK

¿Cuál sería la traducción literal al español?

“Pánico a la puerta cerrada”.

¿Por qué es necesaria?

Sí, en español hay una palabra que define el “pánico a una puerta cerrada”: claustrofobia. Pero el significado real de “Torschlusspanik” es “pánico a que disminuyan las oportunidades a medida que se envejece”. Alguien uqe ha cumplido los cuarenta y tiene dos dedos de frente seguro que ya ha sentido el cosquilleo del Torschlusspanik.


KLOBRILLE

¿Cuál sería la traducción literal al español?

“Gafas del váter”.

¿Por qué es necesaria?

¿Cómo no se le ocurrió antes a Quevedo? La tapa del váter (la de sentarse) es claramente un “monóculo”. Por si fuera poco, sólo tiene aforo para un “culo”, lo cual refuerza y legitima la metáfora. ¡Klobrille ya!
¿GUSANO DE OÍDO? EL ALEMÁN VIENE AL RESCATE DEL ESPAÑOL
OHRWURM

¿Cuál sería la traducción literal al español?

“Gusano de oído”

¿Por qué es necesaria?

Llega el verano, y con él las moscas, los guiris con sandalias y calcetines y las insufribles canciones del verano. Que un pueblo que lleva cuatro décadas sufriendo a Georgie Dann no tenga una palabra para definir esa “canción o melodia pegadiza que no te puedes sacar de la cabeza” es un atraso. El español necesita “gusano de oído” ASAP.
80.000 PALABRAS PARECEN MUCHAS, PERO ¿CÓMO DESCRIBIR EN ESPAÑOL “EL REGOCIJO QUE SENTIMOS AL VER FRACASAR A ALGUIEN”?
SCHADENFREUDE

¿Cuál sería la traducción literal al español?

“Alegría del mal ajeno”.

¿Por qué es necesaria?

El motivo subyacente para importar esta palabra es exactamente el mismo que nos hizo apropiarnos de “Neidbau”. Achtung: “Regocijo que se siente al ver a alguien fracasar, sufrir o hacerse daño”. Lo que viene siendo empatía al revés. Si el español no necesita este término que venga Dios y lo vea.


WALDEINSAMKEIT

¿Cuál sería la traducción literal al español?

“Soledad del bosque”.

¿Por qué es necesaria?

Soledad del Bosque podría pasar por la hija de Vicente del Bosque, la reliquia a los mandos de la selección española de fútbol. Pero no, se refiere más bien a esa sensación de estar solo en el bosque y conectar con la Naturaleza. No vamos a luchar a brazo partido por incorporar Waldeinsamkeit a la RAE, pero ahí queda eso.


KUMMERSPECK

¿Cuál sería la traducción literal al español?

“Tocino de la pena”

¿Por qué es necesaria?

No todos los kilos son iguales. Esos kilos que se ganan tras unas vacaciones en tu pueblo, con pantagruélicas cenas generosamente regadas de vino, traslucen lozanía en la figura. Y luego está el “Kummerspeck”, “ese peso que se gana cuando uno come demasiado por estar triste”. Cualquier parecido con los anteriores es pura coincidencia.


VERSCHLIMMBESSERUNG

¿Cuál sería la traducción literal al español?

“Mejora mala”

¿Por qué es necesaria?

En castellano hay una frase muy recurrente que dice “ha sido peor el remedio que la enfermedad”. El alemán, más sintético y tajante, utiliza una sola palabra que significa “mejora que empeora las cosas”.


TREPPENWITZ

¿Cuál sería la traducción literal al español?

“Ingenio de la escalera”.

¿Por qué es necesaria?

Esto sí que te ha pasado a ti, no lo niegues: estás en una cena con los amigos o tal vez en una cita, intentando camelarte a esa chica-chico que te gusta, y se te ocurre una réplica graciosa diez minutos después del momento. Acabas de ser víctima del “ingenio de la escalera”, amigo.


FREIZEITSTRESS

¿Cuál sería la traducción literal al español?

“Estrés de tiempo libre”.

¿Por qué es necesaria?

Solemos imaginar las vacaciones como un remanso de paz, repleto de ese tiempo que nos suele faltar durante el resto del año. Sin embargo, con el solaz veraniego también llegan infinidad de planes, que nos obligan a decidirnos por planes, a cual más divertido. Los alemanes lo tienen claro: somos víctimas del “Freizeitstress’, el estrés del tiempo libre.

¡Por favor, escribidnos qué palabras alemanas consideráis que faltan en español!

lunes, 21 de mayo de 2018

Arabismos inusitados en español

Antonio Pita, "Que si quieres arroz, Catalina y otros arabismos en español", en El País, 20 de mayo de 2018:

Federico Corriente repasa en su discurso de ingreso en la RAE el origen de frases de uso común

Federico Corriente lee su discurso de ingreso en la RAE. CARLOS ROSILLO VÍDEO: EFE
Con frecuencia se asume que el castellano es una lengua llena de arabismos, herencia de ocho siglos de presencia musulmana en la Península. El doctor en Filología Semítica Federico Corriente ingresó este domingo en la RAE con un discurso que dedicó a desmontar mitos y señalar la realidad sobre estas palabras: no llegan a 2.000 (sin contar topónimos) y varias son insultos, expresiones o términos soeces, transmitidos por mudéjares y moriscos, que suenan raro en español precisamente por provenir de otra lengua.

"Ningún experto está libre de ese minutillo de trance etimológico, alegre y confiado en que nos parece lógico y razonable lo que luego se demostrará que era ligereza y disparate", recordaba Corriente (Granada, 1940), al ocupar la silla K, que estaba vacante desde el fallecimiento de Ana María Matute en 2014.

Es el ejemplo de "ojalá", considerada una evolución de "law šá lláh" (“si Dios quisiera”) hasta que Corriente encontró en un diccionario neopersa un "viejo y olvidado arabismo": lā awḥaša llāh ("Dios no nos prive”).

El nuevo académico subrayó que la inmensa mayoría de arabismos en español no provienen de la versión clásica de la lengua (aquella que se lee y escribe igual en cualquier parte del mundo, independientemente de la variante dialectal que se hable en ese país), sino de los dialectos andalusíes. "Fueron mayormente introducidos por la inmigración de mozárabes cristianos, pero bilingües o incluso arabófonos exclusivos, a los reinos cristianos septentrionales, donde su superioridad técnica y científica les ofrecía un futuro mejor que seguir vegetando como 'clientes' tolerados y tributarios en tierras del Islam". A estas se unieron más tarde neologismos de obras científicas traducidas y otras palabras, algunas por las relaciones comerciales o coloniales con países mediterráneos.

Corriente distinguió tres tipos de arabismos en español: los de registro alto, medio y bajo. Entre los segundos destacó un calco curioso: el uso extendido en zonas de Aragón de amante, en vez de querido, por influencia del andalusí ḥabíbi, una de las palabras árabes más conocidas. "No puede extrañar demasiado en valles como el del Jalón, donde una densa población morisca fue cristianizada y romanizada lenta y pacíficamente durante varios siglos", explicó.

Buena parte del discurso estuvo centrado en los arabismos "de registro bajo o ínfimo", como interjecciones, voces obscenas o blasfemias "a menudo omitidas por los diccionarios más recatados". En algunos casos, su significado en árabe andalusí no era tan ofensivo, pero acabaron sonando peor "por parecido fonético con otras voces romances y por su procedencia de sectores inferiores de la sociedad, tales como las nodrizas y arrieros moriscos".

Droga, por ejemplo, viene del árabe hispánico ḥaṭrúka (literalmente 'charlatanería'); faltriquera, de ḥaṭrikáyra (lugar para bagatelas) y andrajo, de ḥaṭráč (necio, pelagatos). Todas, explicó Corriente, derivan de ḥaṭr, la pronunciación andalusí de una raíz que significa parloteo o cháchara. Por eso, algunas de esas voces tienen que ver con algo falso, pretencioso o inútil, y así llegaron también a dialectos del norte de África, probablemente de mano de emigrantes andalusíes.

En otros casos se trata de refranes o dichos con una literalidad extraña en castellano, precisamente porque lo que tenía sentido era una expresión andalusí fonéticamente similar. Corriente citó varias hipótesis, como que Tiríd ‘ala rrús, aqṭá‘ lína, “la frase que se preguntaba a la esposa que se casaba por segunda vez” acabó convertida en “que si quieres arroz, Catalina”. En árabe, las palabras arroz y esposo suenan parecido.

El académico también defendió que a troche y moche procede de tuǧíb ma waǧáb (“ponga las condiciones que ponga [la esposa para acceder al divorcio])”; a trancas y barrancas, de atrakkán barrámka (“busca un rincón con la yegua para defenderte de varios atacantes simultáneos)”, dormir la mona de múna (“provisión”, de vino en este caso) y nana, nanita, de nám, nám, nám ínta (“duerme, duerme, duérmete tú”), posiblemente vinculada a que muchos señores e hidalgos cristianos emplearon niñeras moriscas tras la Reconquista.

“Pueden aparecer, sobre todo a partir de la Edad Moderna, palabras cuya etimología más creíble sea árabe andalusí, por el hecho históricamente innegable de que andalusíes de diversas comunidades, mudéjares y moriscos, en particular de ciertos oficios, se mezclaron íntimamente con cristianos nuevos y viejos y les transmitieron un buen número de frases y palabras particularmente expresivas, y a menudo de registro ínfimo”, explicó.

La entrada de algunos términos en el castellano nos da pistas de la sociedad de la época. Corriente recordó el “número considerable de voces, nombres de juegos o términos usados en ellos que parecen implicar que la adusta sociedad cristiana anterior a la conquista islámica jugaba poco”. Han quedado algunas que pronunciamos desde la infancia sin entender su origen: ra, ra, ra (“mira, mira, mira”) o alabí alabá alabín bombá, que es “una mezcla de árabe y romance” que significa “jugadores, venga ya, el juego va bien”.

Aunque centrado en los aspectos lingüísticos, el discurso de Corriente incluyó alguna alusión crítica a la actitud histórica de Occidente hacia el mundo árabe-musulmán, como haber "ignorado o minusvalorado largo tiempo" las "posibilidades conflictivas del salafismo fundamentalista" por "no querer saber de estos países sino que allí había (...) más o menos, el clásico trinomio de petróleo, colonización y cipayos".

ALMERÍA, LA NOVIA DESVELADA
El académico también habló de los "falsos orígenes" atribuidos a nombres geográficos hispánicos de étimo árabe. Almería, por ejemplo, viene del andalusí almaríyya “desvelada, por la novia que se quita el velo en la boda”. Nada tiene que ver con el mar, sino con un impuesto, llamado igual que la urbe, que pagaban las bodas mudéjares. Murcia es probable que sea un adjetivo favorecedor (mursíyya, “bien asentada”), como los que recibieron El Cairo (“la victoriosa”) o Medina Azahara (“la ciudad floreciente). "A la recíproca y en error, aún hay quien mantiene la hipótesis del origen árabe del nombre de Madrid", que derivaría del romance Matrice y no de Mayrit, precisó.

jueves, 22 de marzo de 2018

Las palabras más antiguas conservadas

De Strambotic:

La frase más antigua de la humanidad incluye ‘fuego’, ‘gusanos’ y a tu madre.

21 MAR 2018

Si nos subimos en nuestra máquina del tiempo y retrocedemos 15.000 años hay una frase que podríamos decir en más de 700 idiomas modernos y que, posiblemente, los cazadores-recolectores de Asia con los que nos encontremos lleguen a entender. Y esa frase es:

“¿Quién? ¡Escucha! Yo le doy fuego a ese hombre que ladra. Tú fluye y saca el gusano negro de la corteza con la mano para dárselo a tu madre vieja. ¡Y no escupas en las cenizas!”

Y es que, todas las palabras contenidas en estas cuatro oraciones son palabras que han evolucionado prácticamente sin cambios desde un lenguaje antiquísimo que se extinguió con la retirada de los glaciares de la última Edad de Hielo. Por eso, en la mayoría de idiomas modernos, esas pocas palabras significan lo mismo y suenan casi igual que sonaban entonces.


La idea más común sobre el uso de las palabras es que éstas no pueden sobrevivir más de 8,000 a 9,000 años porque la evolución, la “meteorización” lingüística y la adopción de términos de otros idiomas suelen conducir a la extinción de palabras antiguas. Sin embargo, un estudio realizado en 2013 identificó 23 palabras que han permanecido prácticamente sin cambios durante más 150 siglos.

Yo no ladro, ¿vale? es que soy de la Edad de Hielo.

El equipo de investigación, dirigido por Mark Pagel de la Universidad de Reading en Inglaterra, acotó 23 “palabras ultraconservadas“ que nos remiten al Mesolítico, cuando el Sáhara todavía era húmedo y fértil, y los cerdos acababan de ser domesticados.

La existencia de palabras de tan larga vida sugiere la existencia de un lenguaje “protoeurasiático” que es el antepasado común de alrededor de 700 lenguas contemporáneas, es decir, de las lenguas maternas de más de la mitad de la población mundial. Nunca hemos escuchado este lenguaje y no está escrito en ninguna parte pero parece claro que esta lengua ancestral fue hablada y escuchada, y dio a luz a siete familias lingüísticas.



Familias lingüísticas del mundo.

Pese a ello, varias de las familias lingüísticas más importantes del mundo están fuera de ese linaje, como el chino y el tibetano, varias familias de lengua africana, y las de los indios americanos y aborígenes australianos.

Para llegar a las conclusiones del estudio, Pagel y tres colaboradores estudiaron los ‘cognados‘ que son palabras que tienen el mismo significado y un sonido similar en diferentes idiomas. Father (inglés), padre (italiano), pere (francés), pater (latín) y pitar (sánscrito) serían cognados. Claro que estas palabras pertenecen todas a idiomas de una misma familia, el indoeuropeo, por lo que los investigadores buscaron mucho más allá, examinando siete familias lingüísticas en total.



Luke, no te hagas el loco que esto, si te descuidas, lo entiende hasta un neandertal.

Además de indoeuropeo, las familias lingüísticas incluyeron Altaico (cuyos miembros modernos incluyen turco, uzbeko y mongol); chukotko-kamchatka o luorawetlano (idiomas del lejano noreste de Siberia); Dravidica (idiomas del sur de la India); Inuit-Yupik (idiomas árticos); Kartveliano (georgiano y tres idiomas relacionados) y Urálico (finlandés, húngaro y algunos otros).

En su conjunto, todos estos idiomas componen un grupo diverso. Algunos no usan el alfabeto romano; otros no tenían forma escrita hasta los tiempos modernos… Y todos ellos suenan muy diferentes a los oídos desentrenados por lo que parecen candidatos poco probables para compartir ‘cognados.’

Así que para comenzar su investigación el equipo de Pagel usó como material de partida 200 palabras que los lingüistas saben que constituyen el vocabulario principal de todos los idiomas y a partir de ahí crearon artificialmente proto-palabras con lo que imaginaban que eran los vocablos ancestrales de los ‘cognados’, una tarea que requiere saber cómo cambian los sonidos entre las lenguas.

¿Cog-qué?

El equipo de Pagel comparó estas palabras inventadas con diversas familias de idiomas haciendo miles de comparaciones y preguntándose cosas como: ¿la proto-palabra para “mano” en la familia de idioma inuit-yupik y la proto-palabra “mano” en la familia de lengua indoeuropea suenan similares? Pues, sorprendentemente, la respuesta a esa pregunta y a muchas otras fue afirmativa y de ahí surgió el listado de las 23 palabras que tendrían hasta 15.000 años de antigüedad.

Y esta es la lista de palabras viejunas más antiguas, agrupadas por la cantidad de familias de idiomas que las comparten:

Siete: tú
Seis: yo
Cinco: no, eso, nosotros, dar, quien
Cuatro: esto, qué, hombre, viejo, madre, escuchar, mano, fuego, tirar, negro, fluir, ladrar, cenizas, escupir, gusano
Y ahora que las sabéis todas, si os animáis a crear más frases usando todas estas palabras, en Strambotic estaremos encantados de difundir vuestras creaciones lingüísticas de la Edad de Hielo

jueves, 22 de febrero de 2018

Anecdotario del insulto

Breve antología del insulto
Publicado por Marcos Pereda

Lo sientes nacer en un espacio indeterminado de tu estómago. Lentamente. Al principio es poco menos que un borborigmo amorfo, el equivalente en sonido de las criaturas fungosas de Lovecraft. Poco a poco se va componiendo, de manera lánguida, deliciosa, puliendo las aristas. Dibuja el alcance, paladea el impacto. Asciende desde tus más profundas entrañas, toma aire en los pulmones, saca fuerzas de tu corazón, se encamina hacia tu boca. Subglotis, glotis, epiglotis, cuerdas vocales que cimbrean alegres el adecuado tono. Y llega hasta tus labios. Pam. Seco, sonoro, contundente. Miradas aterradas, pequeños gritos que se ahogan, gestos de incredulidad, a lo mejor cierta sonrisa condescendiente. Notas como si te hubieses quitado un peso de encima. Qué bien sienta.

El insulto en la historia

No manejo el dato, pero tengo pocas dudas de que las primeras palabras expresadas con claridad por la boca de algo que podemos denominar Homo sapiens serían un insulto. Posiblemente llamando feo a su interlocutor, o por el estilo. Y es que si de aguzar el ingenio y forzar las meninges se trata lo de la falta de respeto es campo insuperable…

Lo podemos constatar desde la antigüedad. La Epopeya de Gilgamesh, la narración épica más ancestral conocida, está trufada de insultos. Insultitos, podríamos decir, cosas como «hediondo» apareciendo aquí y allá para solaz de G. R. R. Martin, imagino (o de Cristina Macía, su traductora, vaya). Brota también, de forma paralela, la mímica para acompañar a estas palabras. Ya desde los textos homéricos se coloca la mano abierta con los dedos muy extendidos y separados entre sí, la palma dirigida directamente a quien se está injuriando. Esto se utiliza aún en Grecia, así que cuidado si están de vacaciones y pretenden pedir cinco copas en un pub, porque pueden salir a hostias…

Como les digo, imprecaciones sin mayor maldad, más allá de desear que te pudras en los infiernos y toda tu parentela perezca. Pero sin calidad rítmica, sin magia. Para eso debemos esperar a los romanos, que eran unos tipos mucho más pragmáticos, y con un estilo decadente casi desde el principio que vuelve loco al amante de lo corrompido. Una civilización que deja plasmado, en los famosos restos de Pompeya, el relieve de un pene rodeado por la leyenda HIC HABITAT FELICITAS («aquí se encuentra la felicidad»). Ya ven, los poetas de los urinarios públicos tienen sus propios clásicos. Pues bien, estos romanos sí que nos legaron ciertas creaciones interesantes en el muy noble arte del insulto. Cosas como planissimus (el que se pasa de plano, de llano… el tonto, vamos), verbero (quien merece azotes como castigo, no como placer) o el muy sonoro furcifer, que designa al ladrón (prueben a repetirlo….furcifer…furcifer…se le llena a uno la boca). Además serán los romanos quienes entreguen al mundo un insulto aun hoy muy utilizado, aunque desprovisto de su contexto: pathicus. O cabrón, vaya.

¿Echan de menos los muy eufónicos insultos ibéricos? Pues no deberían porque los hay, y conocidísimos. Tenemos idiotas censados desde el siglo XIII (el insulto, no las personas, que aparecen ya en el principio de los tiempos), tenemos imbéciles desde 1524, zoquetes desde 1655 (aunque dado su origen árabe es probable que el término u otro similar se usase durante toda la Edad Media), tarugos desde 1386, y pendejos desde la época de los Trastámara. Por cierto que con este último ha ocurrido algo desafortunadamente habitual cuando del noble arte del insulto hablamos: se ha perdido su significado original. Porque un pendejo es un pelo que brota del pubis. No me negarán que es una bella forma de faltar al respeto.

Pero hay más, algunos con su explicación y todo. El primer gilipollas de la historia de España, por ejemplo, dicen que fue un ministro de Hacienda, inaugurando a juicio de algunos glosadores una larga relación entre el cargo y la consideración. Esto, quede claro, no lo afirma el autor del texto, ¿eh?, no se me vengan arriba.

Resulta que don Baltasar Gil Imón de la Mota tenía un cierto complejo por sus orígenes humildes. Extraño, quizá, porque pese a eso nuestro Gil había logrado ganarse, entre el siglo XVI y el XVII, la confianza de dos reyes (Felipe III y Felipe IV) y otros tantos validos (el duque de Lerma y el conde-duque de Olivares), ascendiendo en la alta sociedad madrileña hasta puestos tan importantes como los de contador mayor de cuentas o gobernador del Consejo de Hacienda. Pero, ay, no tenía un titulazo de esos de poner en la tarjeta de visita y dejar a todo el mundo boquiabierto. Así que, hombre emprendedor, decidió que iba a emparentar con las altas dignidades vía prole. Dos hijas nada menos, Fabiana y Feliciana (otras fuentes dicen que tres), a quienes buscaba casar con alguien de buen copete, por lo que no perdía oportunidad, fiesta o sarao para exhibirlas como si de preciado trofeo se tratasen. Sucede que, al parecer, las muchachas no eran demasiado agraciadas pero, sobre todo, resultaban algo estólidas, por lo que la insistencia de don Baltasar resultaba ya comidilla y chanza entre los pisaverdes (los pijitos…otro insulto a recuperar) de la Corte. Hasta tal punto que cuando se veía aparecer a padre y herederas por la puerta de los bailes todos cuchicheaban. Por ahí vienen don Gil y sus pollas (una forma despectiva de referirse a las muchachas jóvenes en la época), decían. O, abreviando, por ahí llegan los Gil-y-pollas. Ya ven. De ahí al infinito, que se non è vero è ben trovatto.

Ni siquiera los eclesiásticos se libran de ese gustirrinín que deja en el cuerpo un insulto bien lanzado. Lo que no es de extrañar, ojo, que ya la Biblia recoge todo un reguero de imprecaciones dichas con acierto, y hasta el mismo Jesús, nos cuentan los evangelistas, tenía a veces en los labios un «hipócrita», «serpiente» o «malvado» presto a brotar…

Mi intercambio dialéctico preferido en este campo data del siglo VIII, y tiene como protagonistas a Elipando, un arzobispo de Toledo, y a Beato de Liébana, el monje autor de los «Comentarios al Apocalipsis» que luego serán profusamente copiados, e iluminados, durante toda la Edad Media (de hecho esos tomos serán conocidos como Beatos). Todo muy El nombre de la rosa, para entendernos. Pues bien, estos dos tipos tenían una polémica bastante gorda en torno al año 785 (invierno arriba o abajo) sobre una herejía que se llama adopcionismo y que, básicamente, permitía a Elipando vivir cojonudamente en el Toledo musulmán mientras otros cristianos, entre ellos Beato, chupaban frío y humedad en las tierras del norte. Se hacen una idea. El caso es que el amable intercambio epistolar que se dedicaron los sujetos contiene algunas de las mejores muestras de hostias dialécticas que jamás fueran creadas. Elipando dice de Beato que era un milenarista (al parecer esto era cierto, y Beato convenció a la alta sociedad lebaniega para que esperasen el fin del mundo en un monte durante una especie de fiesta rave que acabó con todos satisfaciendo sus apetitos) y Beato le contesta, cuidado, que Elipando es el cojón del Anticristo. Ojo, el Cojón del Anticristo. Detengámonos en el término y analicémoslo. Luego pensemos dónde se sitúa el tal cojón y las cosas que podrá ver durante toda la eternidad. Escalofriante. Elipando, ni corto ni perezoso, dice de Beato que tiene la boca hedionda y es fetidísimo (lo que en la Edad Media parece poca ofensa, la verdad) y después le llama antifrasto, que es un insulto muy elegante y distinguido, demostrando gran inteligencia y una puntería aguda al dirigirlo a quien lleva por nombre Beato (la antífrasis consiste en afirmar lo contrario de lo que se quiere decir, con lo que nuestro Elipando viene a señalar la ironía de que alguien llamado Beato sea un pecador de la pradera). Todo un arsenal, como ven los lectores, de dialéctica postpatrística y mala leche.

Escribiendo faltas de respeto

Si lo del insulto es género literario de por sí, y a estas alturas nos va quedando bien claro, es menester pensar que quienes mejor lo manejen sean los propios escritores, ¿verdad? Y de entre todos podemos destacar a los gigantes del Siglo de Oro español, no en vano reúnen dos grandes facultades que los hacen gigantescos creadores de ofensas: su maravilloso dominio del lenguaje y su gran condición de hijos de puta resentidos, envidiosos y crueles.

Seguramente el más conocido en estos menesteres sea Quevedo, en quien convivían admirablemente todas las características antes señaladas. A Góngora le llamaba desde bujarrón hasta marrano (por tener sangre sucia, no por cerdo…aunque ya entrados en materia al bueno de don Francisco no creo que le importase el equívoco), además de lo de la nariz (también por lo hebraico) y otras pequeñas minucias más mundanas, como comprar la casa donde vivía para luego desahuciarlo, cual si de un banco cualquiera se tratase. Pero no era el único. El mismo cordobés no dudaba en responderle, tachándolo de ignorante, borracho o cojo (acertaba dos de tres). También solicitó, en una ocasión, las traducciones que hacía Quevedo del griego para leerlas con su ojo ciego (el que es poeta es poeta)… es decir, para limpiarse el culo con ellas (con perdón del copista, aclaramos). También reparte a Lope, de quien dice que es un necio, un zote, un tagarote (el escribano de un notario… coincidirán conmigo en que llamar notario a un poeta es el insulto más grave de todos los recogidos aquí). El Fénix trufa sus comedias con perlitas de todo tipo, desde babieca hasta sandio, pasando por zamacuco, tuturuto, sansirolé, mamacallos (razonen el significado específico de este), tolondro, cipote (ejem) o estólido, que es uno de los que más utilizo en mi vida diaria. Ah, también se mete con alguien llamándole zurdo, para que vean cómo cambia la historia. Y de Cervantes qué decir… leer El Quijote es encontrarse con toda una retahíla de desprecios y repulsas. Claro que, como dice Sancho Panza, «no es deshonra llamar hijo de puta a nadie cuando cae debajo del entendimiento de alabarle». Un poco lo que hacen hoy algunos, que pasan del «usted» al «qué tal, cabronazo» con (insultante) facilidad.

Luego los grandes escritores tienen ese je ne sais quoi que les hace responder raudos con un insulto certero en momentos de máxima tensión. Porque esa, y no otra, es la mayor muestra de genialidad que se puede exponer. Como aquella vez que Emilia Pardo Bazán se cruzó con Benito Pérez Galdós en una escalera (ambos traían detrás toda una historia que acabó mal, porque menudos dos torrentes, amigos) y le espetó, muy digna, «viejo chocho», a lo que don Benito respondió, con toda su tranquilidad y su cara de billete de mil pesetas, lo mismo pero cambiando el orden de los términos.

Claro que el campeón invicto de los insultos fue un belga catolicote y aburrido que firmaba como Hergé. Vale, en las páginas de los veintitrés álbumes protagonizados por el sosainas de Tintín no hay sexo, no hay muerte (y cuando la hay aparece representada con diablillos naíf), no hay demasiada sangre. Pero insultos…vaya, en eso Hergé mostró tener una enorme inventiva, y una mala uva que se agradece un montón. Ambrosía para los paladares más exigentes, sí, cuando Archibaldo Haddock saca a relucir su muy extenso lenguaje, seguramente aprendido en tabernas (igual hasta en burdeles) de barrios portuarios por medio mundo. Un total de doscientos sesenta y cinco insultos hay censados en las quince aventuras donde aparece Haddock, lo que nos da una maravillosa media de casi dieciocho por libro. Extensa lista que destaca, además, por su originalidad: desde anacoluto hasta grotesco polichinela, pasando por Atila de guardarropía, logaritmo, mujik, Mussolini de carnaval, coloquíntido, zapoteca de truenos y rayos o, mi preferido, bachi-buzuk de los Cárpatos. Ojo, muchos de ellos definen realidades poco o nada ofensivas (un bachi-buzuk, por ejemplo, es un mercenario otomano) con lo que podemos inferir otra de las características principales del insulto: su intención. No importa qué llames al otro, sino hacerlo con el tono correcto.

El Hergé español, al menos en cuanto a los insultos, es sin duda (en pie todos, por favor, y aplaudan con fuerza) Francisco Ibáñez. Sus creaciones están salpicadas de ofensas bien dichas, destacando las descacharrantes últimas viñetas que (casi) siempre muestran a sus personajes persiguiéndose en una orgía de violencia física y verbal que hoy sería sin duda censurada por traumática para los niños. Berzotas, merluzo, alcornoque, botarate, mentecato…a uno se le llena la boca de miel solo con decir esas palabras. Lo mejor, háganme caso, es repasar la obra de este artista genial para disfrutar con la luminosidad de sus insultos.

Delicias endémicas

Si hay algo que une a toda la humanidad, por encima de credos, procedencia o ideologías, es su tendencia natural por insultar a sus semejantes. Lo cual no quita, evidentemente, para que cada cultura tenga sus propias formas de cagarse en los muertos ajenos, muchas veces en base a criterios de carácter geográfico, evolutivo o, simplemente, en atención al capricho del momento.

Existen una serie de bases que pueden resultar intercambiables en todo el mundo. Las palabras, por ejemplo, que se refieren al pene (cazzo), a la vagina (figa) o a la vida pública de la progenitora (figlio di puttana), todos en italiano. También, claro, las maldiciones familiares (el serbio «me cago en todos los de la primera fila de tu funeral» me parece especialmente acertado) o las que te invitan amablemente a irte a ciertos lugares o realizar ciertas actividades (en francés te dicen va te faire mettre y claro, como suena tan bien, te cuesta hasta ofenderte).

Pero después hay toda una caterva de particularidades idiomáticas e incluso regionales que merece la pena destacar. Algunas, de tan repetidas, hasta parecen haber perdido su significado original, como las inglesas asshole o motherfucker, con cuya traducción literal quizá deberíamos solazarnos cada vez que las escuchamos en una serie. Los daneses, ese país con unicornios y contratos únicos, tienen una expresión bastante gráfica que es kors i røven, y que significa literalmente «(que te metan) una cruz por el culo». Ya ven, tanto Kierkegaard para esto. En el educadísimo idioma japonés nos pueden decir kuttabare y nos tenemos que joder, o llamarnos manuke y a lo mejor no lo entendemos, por tontos. Y los habitualmente chiflados rusos también extienden esa extravagante visión del universo a sus imprecaciones, con cosas tan llamativas como yob tvoyu mat (que puede significar, dependiendo del contexto, desde el literal «he besado a tu madre» hasta «vete fuera de mi vista»…ya me dirán la relación) o júy (que lo mismo sirve para hablar del pene que para designar a un imbécil).  

Con el otro lado del Atlántico compartimos el uso del castellano y la mala baba para insultar. Ya hablamos, oh sí, de los pendejos, pero también están los boludos, los perros, los huevones, la chingada, el verraco o el chimpapo. Incluso tenemos gozosas expresiones compuestas, hallazgos felicísimos de nuestro maravilloso idioma que, una vez más, usamos sin tener en cuenta su significado literal. Así, que te manden a la «concha de tu madre» o a comer un «pingo» resulta toda una experiencia. Hay que aplaudir desde aquí el esfuerzo que la conocida serie Narcos ha hecho para dar a conocer por todo el mundo alguna delicatesen verbal como «hijueputa» (hay que decirlo más), «gonorrea» o «sapo». Gracias, mil veces gracias, han enriquecido ustedes profundamente mis cenas de amigos.

También tenemos, por último, diferentes formas de entender las faltas de respeto dependiendo de los lugares de estas dos Españas, una te helará el corazón, donde te estén mandando a esparragar. Así, por ejemplo, si aquí en Cantabria le dicen que es usted un palajustrán sepa que lo llaman liante, que sí, que tiene mala idea, algo parecido a un talingón, o a un venigoso; y si lo tildan de mondregote le están haciendo saber que se lo tiene usted muy creído, pedazo de imbécil. Ah, las mujeres tienen sus insultos propios, claro, por lo de la paridad, y así las rámilas son hembras de mucho genio, las lumias son aquellas (sobre todo niñas) algo sabihondillas y repelentes, y bardaliega será la que gusta de pasar mucho tiempo detrás de los bardales o las zarzas, preferentemente en posición horizontal y acompañada…

En Galicia llamarán parvo al poco espabilado, y será babayu cuando pase a Asturias, babarrión en Cantabria o kaiku al llegar a Euskadi. Al mismo tipo le llamarán ababol en Aragón, faba en Catalunya, borinot en Valencia o penco en Andalucía. Si logra arribar, quién sabe cómo, hasta los pueblos de la montaña palentina se referirán a él como aberado, Por el camino le habrán escupido un bolo en Toledo, un fato en Valladolid y un zurumbático si se cruzó con Pérez-Reverte a la salida de la Real Academia de la Lengua. Al final toda una vuelta a España de lo más entretenida y didáctica. Aunque igual ni se ha dado cuenta, el muy estafermo.

Ya ven, mis queridos gaznápiros, que esta es materia extensa y de mucho solaz, por lo que nos apena especialmente tener que dejarla aquí, recién expuestos los grandes principios de nuestras tesis y apenas avanzada la investigación sobre el terreno. Eso sí, la certeza de haber contribuido a un enriquecimiento de su vocabulario más irrespetuoso es recompensa suficiente para nuestro esfuerzo.

Sean originales en sus reuniones familiares y de amigos. Insulten con creatividad.

jueves, 15 de febrero de 2018

Entrevista con Carlos García Gual

Carlos García Gual: “Los alumnos pasan mucho tiempo con el móvil. No saben nada”
José Andrés Rojo 12 FEB 2018 - 10:17 CET

Ocupa el sillón J de la Real Academia Española. Escritor, catedrático y traductor, convirtió la literatura y el mundo clásico en sus pasiones. Pero el título que le atribuyen sin discusión quienes lo conocen y lo han leído es el de sabio. Pasó su infancia en el Mediterráneo, sumergido en la biblioteca de su abuelo militar. Fue un niño miope al que le gustaba poco el deporte, una rareza en su familia. Asegura que la lectura es la manera de escapar de “la prisión del presente”.

Tiene algo de exótico un catedrático (emérito) de Filología Griega en un mundo que le ha vuelto la espalda a los saberes clásicos. Por eso mismo, dice Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 1943) hace falta “ir a las barricadas”, para seguir peleando por que a las humanidades les quede al menos un rincón. Escritor, crítico, ha recibido dos veces el Premio Nacional por algunas de sus muchas traducciones. Dirige la colección Biblioteca Clásica Gredos. Por dar noticia de la variedad de sus intereses, basta con citar algunos de sus libros: Epicuro, La secta del perro, Diccionario de mitos, Las primeras novelas, Sirenas: seducciones y metamorfosis o el último, La muerte de los héroes. Hace poco fue elegido para ocupar el sillón J de la Real Academia Española. De dónde viene, cómo fue su historia, qué España le tocó vivir: de eso tratamos en su casa de Madrid para averiguar cómo terminó convirtiéndose en un hombre sabio, un título que le otorgan sin la menor discusión cuantos lo conocen y lo han leído.

¿Qué me dice de sus primeros años?

Nací en Palma en casa de mi abuelo. Entonces se nacía en las casas. Soy el primero de seis hermanos, mi padre era militar de baja graduación. De niño iba con mi abuelo a la catedral a misa mayor (no era muy religioso, pero le gustaba la ceremonia). Al salir me encontraba con la bahía, hay un mirador estupendo, y luego estaba recorrer de un lado a otro el paseo del Born. Hasta los siete años.

Empieza ya entonces a leer. 

Mi abuelo tenía una biblioteca bastante grande y muy bien ordenada, a diferencia de la mía. La suya debía de tener 4.000 o 5.000 ejemplares y se pasó la vida ocupándose de ella. Era un hombre muy disciplinado, se levantaba a las ocho de la mañana y se acostaba a las doce de la noche después de escuchar Radio París. Siempre hacía lo mismo. Poseía unas libretas donde tenía catalogados todos sus ­libros. Tuve también un tío que escribía en los periódicos. Mi abuelo no. Se sabía poesías de memoria. Le gustaban mucho Amado Nervo, Rubén Darío y, un poco menos, Unamuno. Tenía toda la obra de Blasco Ibáñez, al que yo nunca leí por prejuicios.

“Gente como mi abuelo, con una gran cultura literaria,  que estaba al día de lo que pasaba, que anotaba sus libros, ha ido desapareciendo”

¿A qué se dedicaba su abuelo?

Era coronel de carabineros retirado. Se retiró en 1935. Los carabineros no se sumaron al alzamiento, y tal vez, de haber estado en activo, lo hubieran fusilado. El castigo que Franco les impuso fue el de mantenerles la paga de 1936, así que en los años sesenta seguía cobrando lo mismo que al empezar la guerra: mil pesetas. Tenía algún amigo general que había muerto en la mayor de las pobrezas. Ese tipo de gente, como mi abuelo, ha ido desapareciendo. Gente que poseía una gran cultura literaria, que estaba al día de lo que pasaba. Sus libros estaban anotados. Mis favoritos de su biblioteca fueron Conan Doyle y Julio Verne, en unas viejas ediciones con grabados. Yo era un niño bastante miope, con gafas. Muy poco deportista. Fui una rara avis dentro de la familia.

¿Por qué se va de Palma?

Cuando tenía ocho años, mi padre pidió el traslado a Rosas, en Girona, a una batería de montaña. Donde ahora está elBulli hubo una batería de montaña, que yo recuerdo con unos cañones tremendos. Y allí estuvimos más o menos cinco años. A mi padre le gustaba cazar y pescar. Lo había hecho en el norte de Mallorca y luego lo hizo en Rosas. A mí me gustan esos paisajes, el del Ampurdán y el de Mallorca, se parecen un poco a las islas griegas. Mi niñez y mi adolescencia están ligadas al Mediterráneo. Luego me vine a Madrid a hacer la carrera. Vine solo.

Fue hijo de militar en una dictadura gobernada por militares.

Mi padre no era nada militar, se pasaba la vida en el café. Antes de la guerra se había alistado como voluntario y lo destinaron a África. Así que vino desde allí con las tropas de los moros. Y estuvo en ­todas partes: en Brunete, en Belchite, en el Ebro. Pero era muy joven, no sé si llegó a sargento. Si se quedó en el Ejército fue porque aquella catástrofe lo dejó desconcertado. Su familia era de derechas y un hermano suyo murió en la guerra, pero terminó siendo totalmente antifranquista. Tuvo que luchar cuando debería haber estado estudiando y luego ya no pudo hacerlo. Venía de esa zona de Castilla donde estaban muy implantadas las JONS y tenía muchas ilusiones, según contaba mi madre, de que vendría un mundo mejor. Así que vivió siempre desilusionado. Hablamos poco. Me he quedado con algo pendiente. Es lo que decía Fernán Gómez sobre su padre, que nunca le pudo decir cuánto lo quería. Era una persona como bondadosa. Nunca hablaba de la guerra. Y nosotros no le preguntábamos. Tenía muchos méritos acumulados, así que eso terminó conduciéndole también a Madrid, al Ministerio del Ejército, uno o dos años después de que llegara yo.

¿De qué parte de Palencia venía?

Su padre era de San Cebrián de Campos, un sitio muy bonito cerca de Carrión, en la Castilla más antigua, en la comarca del Pisuerga. Era veterinario y, al revés del abuelo de Palma, muy desordenado. Tenía una especie de herrería en una cuadra donde también había caballos. En el patio crecía un gran moral, donde nos subíamos de pequeños y nos manchábamos enteros. Mi amor por Castilla viene de ahí. Viajábamos en tren, generalmente en vagón de tercera; éramos entonces los cuatro hermanos pequeños y mis padres. Íbamos en barco de Mallorca a Barcelona, donde mi padre, para hacer tiempo, nos llevaba a un cine de las Ramblas donde ponían películas cómicas en sesión continua: Charlot, ­Jaimito, etcétera. Y al zoo. De Barcelona solo conocíamos el cine y el zoo. Y luego íbamos a la estación de Francia y cogíamos un tren que tardaba veintitantas ­horas; hasta Valladolid primero y después a Palencia.

¿Y su madre?

Fue la que nos crio a todos. Era una mujer muy alegre, siempre rodeada de niños. No hizo nada más que cuidar de la casa. Pienso que fue feliz a medias. No le gustaba la cocina, no le gustaba coser, hubiera preferido una vida más alegre. Se vio hipote­cada por los seis hijos. Llegó a vivir muchos años, unos noventa, y en los últimos le salió un poco la amargura de haber gastado toda su vida en la familia. Tenía un fondo frívolo, le hubiera gustado que se ocuparan más de ella. Era muy tradicional.

¿Cómo terminó dedicándose al griego?

Tuve siempre vocación de letras, por el ambiente familiar. Si decidí dedicarme al griego fue porque, en Filosofía y Letras, los profesores de lenguas clásicas eran muy buenos. Francisco Rodríguez Adrados o Luis Gil, que todavía viven. De hecho, la presentación en la Academia fue promo­vida por Adrados: tenía miedo de que se quedaran sin helenistas.

¿Cómo era el Madrid de aquellos años? 

Me gustó mucho. Fui del mismo curso que Manuel Gutiérrez Aragón, Carlos Piera, Jesús Muñárriz, Lourdes Ortiz... Era una universidad muy politizada, aunque no todo el mundo lo estuviera. Algunos de mis amigos pertenecían al partido comunista. Participe en la manifestación de 1965. Me detuvieron, pero durante poco tiempo. Más adelante conocí a García Calvo y a Tovar. Entonces se leía mucho, fuera de los textos obligatorios. Era la época del existencialismo, de Sartre y Camus, a quienes se los conocía bien. Los más finos leían a Guillén o a Aleixandre. Era un mundo donde no había televisión, donde no había pantallas, y el cine español tenía cosas interesantes, no solo las comedias de Landa. Tuvo mucho éxito en aquella época la novela Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos. Todo eso ha ido desapareciendo. Ahora los alumnos leen muy poco. Fuera de lo que es obligatorio, no saben nada. Pasan mucho tiempo dedicados al móvil y no les queda casi nada para leer.

“La gente que no lee vive en la prisión del presente. La vulgaridad siempre tiene a su favor la facilidad. Es muy fácil ser vulgar, ser como todos”

Eso le debe parecer un horror, ¿no?

Soy sobre todo lector y todo lo que he escrito tiene que ver más con mis lecturas y menos con mis experiencias personales. Para mí, leer es entrar en un mundo de horizontes casi diría que infinitos. Y donde hay figuras dramáticas y situaciones y épocas que son mucho más interesantes que mi propio contexto. Quien no lee está limitado a sus circunstancias más próximas: los vecinos, la tele, los juegos. Para mí, la lectura es como un campo de ­correrías. Siempre he leído y he escrito lo que me ha gustado. Seguramente por eso soy mal ejemplo para filólogos. Decía Martín de Riquer en una entrevista, aunque no es del todo exacto: “Yo no he trabajado nunca. Todo lo he hecho por placer”. Yo creo que no es incompatible lo uno con lo otro, pero a mí me pasa lo mismo: todo lo he hecho por placer. Cuando llegue al más allá no haré reclamaciones.

¿Cómo le fue en términos académicos? Comencé siendo un lingüista estructural. Me gustaba mucho la sin­taxis y el estructuralismo estaba de moda. Era una disciplina puntera e hice mi tesis sobre las voces del verbo griego, un trabajo bastante difícil, y el libro que salió de ahí me sigue pareciendo estupendo. Se publicó en 1970. Me apasiona el griego y he traducido mucho. Pero, sí, he derivado hacia la literatura. Me gusta la épica, me gustan las aventuras. Luego también me he metido en los mitos artúricos. Mi atracción ha pasado de los clásicos al mundo de la mitología. He trabajado bastante en la literatura comparada, las literaturas medievales inglesa, francesa, alemana. No he tratado la literatura más cercana, sino la que está más distante. Al terminar, fui catedrático un año en Granada y seis en Barcelona, pero siempre hemos tenido la unión con Madrid, porque mi mujer era de Madrid.

¿Y qué pasó con el griego?

Sigo acudiendo mucho a los griegos. La Iliada, la Odisea, las grandes obras trágicas me atraen mucho; también Platón. Me han gustado asimismo textos un poco raros, que ni siquiera estaban en español. Yo traduje, por ejemplo, El viaje de los argonautas, de Apolonio de Rodas. Y también la vida de Alejandro, de Pseudo Calístenes. Es un griego, seguramente egipcio que escribía en griego, y se ocupa del mito de Alejandro 400 años después de su muerte. Ahí ya están algunas de sus grandes aventuras: un viaje en globo a las alturas, un viaje en una bola de cristal al fondo del mar, el encuentro con los árboles parlantes. En España todo eso está en el Libro de Alexandre, del primer tercio del siglo XIII.

Aventuras y aventuras.

Me atraen las aventuras míticas, que tienen su lado fabuloso. Por eso en la última versión de mi libro sobre los mitos he metido a uno que hasta ahora no me atrevía: Tarzán. Es un héroe moderno, pero no es galáctico. No puedes compararlo con Superman, y me parece mucho más interesante aunque políticamente incorrecto. Es el niño blanco, de buena familia inglesa, que recupera en medio de la selva y los monos todo el mundo victoriano.

Y la política, ¿no le ha atraído nunca?

Me he mantenido siempre bastante apartado. De ideas soy de izquierdas, me gusta el marxismo teórico, pero creo que la práctica lo ha desprestigiado mucho. Nunca he pertenecido a ningún grupo político, aunque he sentido cierta simpatía por el socialismo de la época de Felipe González. Y soy un admirador de la Transición: aunque tiene sus limitaciones, fue un gran avance. Vengo de la época franquista y nunca he podido aceptar el mundo de la censura. Hice un viaje a Cuba para estar dos semanas como comisario de libros. No pude aguantar más que una. Era un mundo donde no había periódicos y donde la gente que acudía a las conversaciones venía con ideas previas, con sus papelitos para censurar.

También se ha ocupado del pensamiento. 

Sí, la filosofía ha sido muy importante para mí. He escrito prólogos para libros de Platón, Aristóteles, para otros grandes. Pero también, y fundamentalmente, he abierto la línea sobre Epicuro y los cínicos. Mis libros fueron anteriores a cuando se pusieron de moda. Todo el mundo habla ya de Epicuro, pero mi libro fue de los años ochenta. Y luego están los cínicos, a los que se llamaba la “secta del perro”. Me gusta lo que hay en ellos de búsqueda de una felicidad terrestre y su desconfianza en el idealismo y las falsas ideas, y esa búsqueda de la amistad, de una sociedad sin grandes pretensiones pero muy humana. Los cínicos me han hecho gracia, y eso que yo soy más epicúreo que cínico. Me han interesado como movimiento de protesta con una gran dosis de humor, de un humor punzante. Eran muy anarquistas.

Le interesa, por lo que veo, lo más próximo, lo que está escrito en letras minúsculas. 

Como los epicúreos, creo en la amistad. Pero en unos cuantos amigos, a los que se pueda tratar de verdad. Toda esta gente que a través del móvil tiene cientos de miles de amigos, pues eso me parece una tontería. No creo en las grandes palabras huecas.

¿Le gustó su paso por la universidad? 

Me ha gustado dar clases. Otros aspectos de la universidad ya me gustan menos. Toda la cosa burocrática, los programas de investigación que te permiten viajar, todo eso no me ha interesado. Fui dos años vicerrector en la UNED y las reuniones me aburrían mucho. Me gusta el griego. He tenido pocos alumnos porque me tocó ya la época en la que el griego dejó de ser la asignatura que debía cursar todo el mundo, por lo menos durante los primeros años de comunes. Mantengo muy buenas relaciones con algunos alumnos, hace unas semanas coincidí con los de la promoción de 1970.

¿Cómo ve las cosas ahora?

Hay un prejuicio funesto que es el de la rentabilidad. Obtener algo de inmediato, que la gente estudie para colocarse. Conocer unas cuantas materias y un poco de inglés. Creo que todo eso es un empobrecimiento. El ser humano tiene unas capacidades imaginativas, y de memoria y de entendimiento, que se abren con la cultura. Pero eso a los Gobiernos de ahora no les interesa. No es rentable para ellos como políticos y, piensan, tampoco es rentable para los que tienen que colocarse. Pero reducir la vida a eso es un poco triste. Hay tiempo para todo: se puede ser un buen lector y un buen ingeniero. Esta es una batalla, la batalla de las humanidades, perdida. En grandes líneas. Pero puede haber focos de resistencia. Hay que volver a las barricadas, individuales y de pequeños grupos. El lector seguirá existiendo, aunque sea en este mundo hostil. Serán minoría, pero existirán. La lectura está unida a la crítica y a los grandes horizontes. La gente que no lee es gente de mentalidad muy reducida: viven en la prisión del presente.

¿Hay alguna salida?

Es difícil. La vulgaridad tiene siempre a su favor la facilidad. Es muy fácil ser vulgar, ser como todos, el mínimo común denominador. Es lo que hay.

miércoles, 17 de enero de 2018

Eufemismos en política

Enrique Mariño, "Eufemismos en política", en Público, 17-I-2018:

Si usted vuelve a escuchar a Cristóbal Montoro aquello de “vamos a cambiar la ponderación de los impuestos”, agarre bien la cartera, porque lo que querrá decir es que el Gobierno le va a dar un estacazo con una nueva subida del IVA. Tal vez decida salir a la calle para mostrar su rechazo, pero ande con ojo, no vaya a tropezar con las defensas de las Unidades de Intervención Policial —o sea, con las porras de los antidisturbios—. Terminará lamiéndose las heridas o, en el peor de los casos, teniendo que someterse al copago sanitario, que debería llamarse repago, pues recuerde que ya ha abonado los medicamentos a través de los sucesivos cambios de ponderación impositivos a los que aludía el ministro de Hacienda.

La escalada de eufemismos podría seguir hasta la zeta del diccionario, incluso sin salirnos del anterior párrafo: sustituyamos estacazo por daño colateral o IVA por gravamen adicional, al que tendríamos que sumar el recargo complementario temporal de solidaridad, que no es otra cosa que la subida del IRPF. Incluso eso de escalada tiene un matiz épico, cuando en realidad se trata de un aumento o una subida, nada deseable cuando se trata de armas o precios.

“Se utilizan palabras blandas para expresar situaciones duras”, explica la periodista Soledad Gallego Díaz, acostumbrada a ver cómo en los últimos años los políticos, economistas y empresarios recurren cada vez más a los eufemismos. Quizá, añade la columnista de El País, para describir unas situaciones que se han vuelto “progresivamente más injustas o violentas” —hablamos del paro galopante, de los recortes (reformas estructurales), de la supresión de derechos, de la privatización de los servicios públicos (externalización), de los desahucios y la crisis de las preferentes (una estafa en dos tiempos: al timo inicial le seguiría una quita posterior, o robo, de los ahorros), etcétera—, por lo que podrían considerarse unos “pretextos para amparar no a los más débiles, sino a los más poderosos”.

Esta degradación de la lengua, pese a la carrerilla que ha tomado en España desde el inicio de la crisis económica, no es nueva ni exclusiva de este país. George Orwell escribía en 1946 que “el lenguaje y los escritos políticos son ante todo una defensa de lo indefendible”, por lo que los gestores de la cosa pública recurrían a “eufemismos, peticiones de principio y vaguedades oscuras” para evitar argumentos “demasiado brutales” a oídos de los ciudadanos. Así, respecto a las purgas y deportaciones en Rusia, por ejemplo, el político nunca mentaría el “asesinato de los opositores”, sino “cierto recorte de los derechos de la oposición política”

El ensayo La política y el lenguaje inglés, como puede observarse, sigue vigente sesenta años después. Basta cambiar el nombre del gobernante, de la nación y del conflicto, sinónimo suave de guerra, exterminio, genocidio o muerte. “El gran enemigo del lenguaje claro es la falta de sinceridad”, sostenía Orwell. “Cuando hay una brecha entre los objetivos reales y los declarados, se emplean casi instintivamente palabras largas y modismos desgastados, como un pulpo que expulsa tinta para ocultarse”. Volver no operativo, un supuesto no injustificable, una consideración que siempre debemos tener en mente, etcétera. “El estilo inflado es en sí mismo un tipo de eufemismo. Una masa de palabras latinas cae sobre los hechos como nieve blanda, difumina los contornos y sepulta todos los detalles”, señalaba el autor de 1984.

Pero volvamos a este tiempo y a nuestro país. Si la realidad no es del agrado del pueblo, basta cambiarle el nombre para hacerla más digerible. Con Zapatero no había crisis, sino recesión o desaceleración. Su ministra de Economía, Elena Salgado, vio algunos brotes verdes en la economía y aventuró que sólo cabía esperar a que creciesen. La negada crisis terminó siendo tal, aunque, como dijo el ministro Guindos, España jamás fue rescatada, pues se trató de un apoyo financiero o, más largo todavía, un préstamo en condiciones muy favorables. Entretanto, no hubo inflación —si acaso, reacomodamiento de precios—, ni arreció el paro —sino que las empresas, algunas por falta de liquidez (se iban al tacho), aprovecharon las sinergias y optimizaron sus recursos, mientras que las administraciones públicas racionalizaron el gasto, eliminaron duplicidades, adelgazaron sus estructuras y redujeron los gastos superfluos: meros ajustes en un contexto de flexibilización del mercado laboral—. Para frenar la sangría del desempleo —luego iremos con el enfermo— no se favoreció legalmente el despido libre o su abaratamiento, sino que se informalizaron las relaciones laborales. Al menos, nadie le dio una dentellada a los sueldos de quienes seguían conservando su trabajo: hubo alguna devaluación competitiva de los salarios por aquí, algún ajuste por allá, alguna moderación salarial por acullá....

"Lo formal es feo y estrecho y lo informal, en cambio, hermoso y desenvuelto. Lo inflexible es rígido y obstinado, en tanto la flexibilización es ligera y juvenil", escribe el profesor universitario Miguel Catalán en el libro Mentira y poder político (Verbum). Lo que nos lleva a pensar que no cabe duda de que la arruga sea bella, si bien la pérdida del trabajo —el despido— se antoja fea, por mucho que la vistan de reajuste, una palabra aquejada de trastorno bipolar. Puede suponer una disminución —de empleos—, pero también un aumento —de precios—; el caso es que su escucha no trae nada bueno. Decíamos que no bajaron los sueldos, como tampoco se llevaron a cabo desahucios —llámenlos procedimientos de ejecución hipotecaria—, por lo que ningún propietario se quedó sin su casa —en jerga bancaria, activos adjudicados—. Los jóvenes universitarios tampoco se vieron forzados a emigrar —movilidad exterior, mejor que fuga de cerebros— por falta de oportunidades laborales —o sea, de trabajo— y los que sí se quedaron no entienden cómo, habiendo estudiado una carrera y un máster, no aciertan a comprender qué significa eso de flexiseguridad en un país tan inestable laboralmente como el nuestro. Sea como fuere, resulta paradójico que dos conceptos positivos en uno —flexibilidad y seguridad—, más que tranquilizarnos, nos intimiden...

Claro que durante estos años que vivimos peligrosamente hubo alguna buena noticia, como las iniciativas del Gobierno para calmar los mercados —subir los impuestos y reducir el gasto público, como ordenaban desde el más allá— o las inyecciones de liquidez —ejem— que proporcionaron las medidas excepcionales para incentivar la tributación de rentas no declaradas —“señoría, no hay ninguna amnistía fiscal”, se escuchó en el Congreso por boca de Montoro—. ¡Qué riqueza lingüística! ¡Benditos neologismos, encargados de inflar la burbuja eufemística! Circunloquios para el recuerdo, como la abstención técnica del PSOE para que gobernase Rajoy, mientras que el PP no expulsaba a Rato, sino que lo daba de baja. La infanta Elena y Marichalar tampoco se separaron, pues lo suyo fue un cese temporal de la convivencia. Un capítulo aparte merece el extesorero del PP Luis Bárcenas, que sufrió un “despido en diferido” —en este caso, no se informalizó su relación laboral porque ésta había sido simulada— y, consecuentemente, recibió una indemnización a su debido retraso por su gestión de la presunta caja B del partido, que no era tal sino una “actividad extracontable sin carácter finalista”. Por cierto, gracias a la Ley de Enjuiciamiento Criminal, aprobada por el Congreso, los imputados por la Justicia ahora son investigados, un participio que resulta más leve y suena menos fuerte.

Qué desastre, pensarán algunos, pero cuidado también con las metáforas. Cuando escuchamos que una empresa sanea sus cuentas o que la crisis del banco equis contagia al banco zeta, estamos tratando a la economía como a un enfermo o, si lo prefieren, como a un ser vivo responsable de sus actos y con autonomía propia, como si la culpa de las crisis la tuviesen estos organismos animados y no las personas encargadas de su gestión. Lo denunció hace cuatro años la profesora de Filología de la Universidad de Navarra Carmen Llamas durante el VIII Seminario Internacional de Lengua y Periodismo El lenguaje de la crisis, organizado por la Fundación San Millán de la Cogolla y la Fundación del Español Urgente (Fundéu), cuyo coordinador, el periodista Javier Lascurain, tiene claro que las fuentes de los periodistas se valen de los eufemismos y las denominaciones alternativas para “camuflar, dulcificar u ocultar ciertas realidades”.

Aunque a veces es la propia prensa la que impone un determinado léxico, extraído del deporte, el toreo, los fenómenos atmosféricos o los desastres naturales, que en realidad no son naturales, sino el resultado de la presencia o acción del ser humano en el entorno, así como de la falta de prevención por parte de este, pues no hay desastre si no hay afectados: una tormenta de arena en medio del desierto es un fenómeno natural, excepto que se tope con un campamento de beduinos y termine, ahora sí, en desastre. Si no tenemos esto claro, la traslación de tsunamis, sequías y tormentas al lenguaje económico nos hará pensar, por ejemplo, que los terremotos financieros son desastres de origen natural, incluso divino para algunos, que escapan a la mano invisible del hombre, encargada de regular el mercado. Resulta chocante que se naturalicen las decisiones de quienes mandan y los efectos de sus políticas económicas, mientras que los mercados se humanizan: tiemblan los parqués porque entran en pánico, o las bolsas se despiertan optimistas por la euforia que suscitan las operaciones comerciales.

“La crisis económica de 2008 fue consecuencia clara de un proceso de desregulación de los mercados financieros, pero los políticos que protagonizaron esa desescalada no han querido admitir su responsabilidad y se han presentado como víctimas de una catástrofe imprevisible. Lo mismos sucede con la corriente principal de pensamiento académico en Economía, que justificó plenamente esa desregulacion y que no acepta la enorme influencia que tuvo en el estallido de la crisis”, afirma Soledad Gallego-Díaz. “Por ello necesitan hablar con eufemismos, que ayuden a hacer creer a los afectados por la crisis que la responsabilidad fue de ellos mismos por solicitar un crédito excesivo y no de quienes, siendo especialistas en el tema, se lo concedieron”.

Sin embargo, algunos tienen los días contados. Por ejemplo, para evitar la palabra crisis, comenzaron a llamarla recesión, hasta que esta también adquirió una connotación negativa, lo que dio paso al crecimiento negativo, un oxímoron que figura entre los eufemismos favoritos de la columnista madrileña. Y cuando el Gobierno del PP creyó ver la luz al final del túnel, no se atrevió a recurrir de nuevo a los brotes verdes por su evocadora paternidad socialista y por las críticas que le dedicó al hallazgo verbal en su momento, lo que motivó que Luis de Guindos, actual ministro de Economía, optase por una "pequeña flor de invernadero" para referirse a la recuperación económica.

El ministro de Economía, Luis de Guindos, y el presidente de Iberdrola, José Ignacio Sánchez Galán, charlan durante la inauguración de la jornada organizada por Pimco y El Confidencial. EFE/ Mariscal
Guindos y el presidente de Iberdrola, Sánchez Galán. / EFE

Ahora bien, ¿logran los políticos manipular a la sociedad con su camuflaje lingüístico? “Lo pretenden, y durante un tiempo lo consiguen, pero los eufemismos caducan”, abunda en la idea Álex Grijelmo, autor del libro Palabras de doble filo (Espasa). “Se produce lo que el lingüista norteamericano Dwight Bolinger llamó efecto dominó. Ajuste fue un eufemismo, y ahora designa claramente lo que antes ocultaba. Países pobres dio paso a países subdesarrollados, si bien esa expresión terminó nombrando crudamente lo que intentaba edulcorar. Así que luego vinieron Tercer Mundo —que se dio la vuelta con el adjetivo peyorativo tercermundista— y países en vías de desarrollo. Por tanto, el lenguaje político necesita renovarlos constantemente, porque se gastan. Y hay que estar muy atentos a esos cambios”, advierte el escritor y expresidente de la Agencia Efe.


Así, el copago sanitario, un eufemismo de repago, se convierte en ticket moderador, o sea, en un peaje por ir al médico, que ya habíamos pagado previamente con nuestros impuestos. “Los periodistas compran ese neolenguaje por varias causas, entre ellas la influencia directa de las fuentes en algunos medios. Y, desde luego, nosotros no siempre hacemos bien nuestro trabajo, pues usar palabras inadecuadas, engañosas o incomprensibles para los lectores es una forma de no cumplir nuestras obligaciones”, lamenta Javier Lascurain. “Nosotros somos cómplices, en muchas ocasiones involuntarios, de esa manipulación”, secunda Álex Grijelmo, quien sostiene que los plumillas “ejercen como transmisores acríticos”. Quizá entonces sea mejor decir tributo, tasa o pago en vez de peaje, aunque algunas autopistas también las paguemos dos veces, incluso tres si quiebran.

Pese a que fuese adecuado consumirlo preferentemente antes del fin de 2017, el término ajuste todavía no ha caducado, sino que ha mutado en otros eufemismos, que son empleados según Gallego-Díaz “para suavizar la carga pesimista o violenta de una palabra o expresión directa”. Adviértase que el verbo despedir comenzó a ser menos frecuente en los titulares cuando las empresas empezaron a presentar —o, en el mejor de los casos, a pactar— ERE, sigla de Expediente de Regulación de Empleo, que terminó dando lugar al ya lexicalizado ere y a su plural eres.

Tampoco corren buenos tiempos para la austeridad, “la reina de los eufemismos”, en opinión de la columnista de El País: “Un concepto asociado a la sobriedad, a la moderación y a la elegancia que ha sustituido en un abrir y cerrar de ojos a lo que es simplemente un hachazo en el gasto público”. Miguel Catalán, en Mentira y poder político, incide en la misma noción: “Puesto que la austeridad es una virtud tradicional, la de no gastar más de lo que se tiene sin dejar por ello de vivir con dignidad, se utiliza el término austeridad como un eufemismo para lavar la negra imagen de los recortes sociales, cuyo resultado [es una vida] indigna en tanto ayuna de servicios básicos”. Al principio era así, pero de tanto uso —y sufrimiento de la población— ha terminado adquiriendo un matiz peyorativo: antes, apretarse el cinturón podría apelar al sentido común, si bien ahora los políticos tratan de eludirla porque son conscientes de los daños colaterales causados a la ciudadanía. Digamos que algo considerado ayer positivo, hoy puede ser negativo, como recordaba el escritor británico Owen Jones —citado por Catalán en su libro— cuando aludía al término reforma: un término que antes estaba ligado a las mejoras de los servicios públicos "pone nombre ahora a las políticas antisociales”.

Un activista ¿Qué hacer ante el intento de colarnos la misma receta de siempre con otra denominación? Orwell decía que “si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento”, por lo que “esta invasión de la mente por frases hechas sólo se puede evitar si se está continuamente en guardia contra ellas, y cada una de esas frases anestesia una parte del cerebro”. No queda otra que llamar a las cosas por su nombre, como defiende Álex Grijelmo, quien advierte de los efectos secundarios del uso de las frases hechas. “Los periodistas que hacen suya la jerga política tendrán más difícil distanciarse de los políticos y ser independientes, solo por el hecho de usar sus mismas palabras manipuladoras. Yo desconfiaría del periodista que dice reforma fiscal cuando se habla de subir impuestos, o del que habla de desequilibrios territoriales en vez de desigualdades. Su lenguaje y su pensamiento parecen abducidos por el poder de turno”.

Los medios se han visto inundados de todo tipo de circunloquios, hasta convertirse, de manera inconsciente o intencionada, en neologismos periodísticos de uso cotidiano. Por ello, vale la pena mentar de nuevo al autor de La política y el lenguaje inglés, quien escribió aquello de que “el lenguaje político está diseñado para lograr que las mentiras parezcan verdades y el asesinato respetable, y para dar una apariencia de solidez al mero viento”. Porque, aunque pueda parecer que el uso de vaguedades y neologismos ayuda a difundir la diversidad lingüística, en realidad es sinónimo de empobrecimiento. “Más palabras no siempre suponen más riqueza del lenguaje, porque estas entran en el discurso periodístico para desplazar a otras —a menudo más claras o precisas— y no aportan riqueza sino oscuridad”, previene el coordinador de Fundéu.

En fin, nuestros eufemismos políticos y económicos son las especies invasoras que han tomado los ríos y van a dar a la mar, que es el pasar a mejor vida de los medios de comunicación. O sea, el morir.