Dios, o más bien la brizna de Él que todos tienen sin otra teología que la bondad, es la única parte del humano que merece la pena. Todo lo demás no hace bien alguno, o incluso lo impide. Y olvidar esto es lo que siempre ha causado los horrores que habitualmente se asocian al ser humano. No hay que expulsar a Dios de la cultura, como algunos han hecho en el pasado, con resultados nefastos. Pero eso es lo que se está haciendo ahora; ojalá hayamos aprendido algo del pasado y no lo que dice la famosa canción de Supertramp.
miércoles, 23 de agosto de 2023
miércoles, 9 de agosto de 2023
Cicerón, redescubierto en el siglo XIX
De Abel-François Villemain en el "Discurso preliminar" a Marco Tulio Cicerón, La república de Cicerón conforme al texto recientemente descubierto y comentado por monsieur Ángel Mai, bibliotecario del Vaticano, con el discurso preliminar y las disertaciones históricas de monsieur Villemain, de la Academia francesa, y con la traducción castellana de Antonio Pérez y García. Madrid: imprenta de Repullés, 1818.
[Busquemos en los escritores del paganismo y del cristianismo] los fragmentos que nos han conservado del tratado de La República [de Cicerón]. Si abro yo, no digo solamente el libro del gramático Diomedes o de Nonio, autor de un tratado sobre la propiedad de los términos, sino si consulto la erudita colección de Aulo Gelio y los fragmentos del orador Frontón, hallo allí los libros de La República citados en apoyo de una acepción rara del verbo superesse o del verbo gratificari: veo, en fin, que Cicerón había hecho en esta obra tal o cual empleo de una elipse o de una metáfora.
Mas, si recorro Lactancio o San Agustin, si pregunto a la literatura cristiana, fecunda y nueva como las virtudes que anunciaba al mundo, encuentro en ella el libro de Cicerón citado con frecuencia en sus relaciones las más filosóficas y las más elevadas; encuentro en ella exactamente reproducidos, y algunas veces inculcados o combatidos con elocuencia, los pasajes del tratado de La República únicos que hasta entonces se poseían y que habían hecho concebir tan alta idea del original. Lactancio es quien transcribe en uno de estos bellos fragmentos traducidos de Platón que Cicerón había ingerido con tanta frecuencia en su obra, la comparación del justo condenado y del culpable triunfante. Fácil es concebir, en efecto, que semejantes ideas serían ávidamente adoptadas por los primeros cristianos.
"Suponed, os ruego, dos hombres (Lact. Instit. lib. V. cap. XII1) de los cuales el uno es el mejor de los mortales; de una equidad, de una justicia perfecta, de una fe inviolable; y el otro de una perversidad y de una audacia insignes. Suponed, también, el error de un pueblo que haya tomado a este hombre virtuoso por un malvado, un cobarde, un infame, y que haya creído, por el contrario, que el verdadero criminal está lleno de honor y de probidad. Que, por consecuencia de esta opinión universal, el varón virtuoso se ve atormentado, arrastrado al cautiverio, y que le mutilan las manos y le arrancan los ojos: que le condenan, le cargan de hierros, le dan tormento en las llamas; que le arrojan de su patria, que muere de hambre, y que parece por fin a los ojos de todos el más miserable de los hombres, el más justamente miserable. Por el contrario, que el perverso se ve colmado de alabanzas y de homenajes, que todo el mundo le ama, y que refluyen sobre él los honores, las dignidades, las riquezas y los goces todos: que es, en fin, en la opinión de todos el hombre más virtuoso, y que le reputan el más digno de la prosperidad. ¿Hay alguno tan ciego que vacile en la elección entre estos dos destinos?"
La reflexión de Lactancio sobre este pasaje es bella y digna de notarse. «Al hacer, dice, esta suposición, parece que Cicerón haya adivinado los males que debían caer sobre nosotros; y cómo debíamos sufrirlos por la justicia.»
San Agustín (August., lib. IV Contra Pelagium), empeñado contra el célebre heresiarca Pelagio en un combate teológico sobre la naturaleza y la caída del hombre, invoca igualmente a Cicerón, y cita este hermoso pasaje que con tanta elocuencia ha desenvuelto Pascal.
"La naturaleza, más bien madrastra que madre, ha arrojado el hombre a la vida con un cuerpo desnudo, frágil y débil; con una alma que la inquietud agita, que el temor abate, que la fatiga consume, que las pasiones arrebatan y en la que, sin embargo, queda como medio apagada una chispa divina de inteligencia y de genio. "
San Agustín es también quien, en su Ciudad de Dios, obra recalcada evidentemente sobre la idea del tratado de La República, nos ha conservado como uno de los fundamentos que Cicerón había dado a sus opiniones sobre el origen y la naturaleza del poder, el hermoso principio de la soberanía de la justicia, anterior a la soberanía del pueblo y de la fuerza. Ved aquí el pasaje tal como ha sido citado:
«La cosa pública (August. Civit. Dei, lib. X, 2) es realmente la cosa del pueblo todas las veces que es dirigida con sabiduría y justicia, o por un rey, o por un número pequeño de grandes, o por el universo pueblo. Mas, cuando el rey es injusto, es decir, tirano; o los grandes injustos, lo cual transforma su alianza en facción; o el pueblo injusto, mereciendo igualmente el nombre de tirano; entonces no solo se corrompe la república, sino que deja de existir; porque no es realmente la cosa del pueblo cuando yace bajo el yugo de un tirano o de una facción; y el pueblo mismo no es ya pueblo si se convierte en injusto, porque entonces deja de ser ya una agregación formada bajo la sanción del derecho y con el lazo de la común utilidad.»
En otra parte, Lactancio, protestando contra los decretos bárbaros con que el despotismo de los emperadores había perseguido la resistencia de los primeros cristianos, copiaba de Cicerón y trasmitía a la posteridad estas bellas páginas, extractadas del libro tercero de La República.
«Es una ley verdadera (Lact. Instit. lib. VI. cap. VII), la recta razón, conforme a la naturaleza, universal, inmutable, eterna, cuyas órdenes estimulan al cumplimiento de los deberes, y cuyas prohibiciones alejan del mal. Sea que ordene, sea que prohíba, sus palabras no son ni vanas con el bueno ni poderosas sobre el malvado. Esta ley no consiente ser contradicha, ni trasladada a otra parte, ni abolida toda entera; y ni el Senado ni el pueblo pueden libertarnos de la obediencia a esta ley. No necesita nuevos intérpretes ni nuevos órganos: es la misma en Roma que en Atenas: idéntica mañana a hoy. En todas las naciones y en todos los tiempos reinará esta ley, siempre una, eterna, inderogable; y el soberano autor del universo, el rey de todas las criaturas, Dios mismo, ha dado nacimiento, sanción y publicidad a esta ley que el hombre no puede violar sin huir de sí mismo, sin renegar de su naturaleza y sin sufrir solo por esto las más duras expiaciones, aunque por otra parte haya evitado lo que se llama suplicio.»
¡Palabras sublimes! ¡Precioso e inmortal recuerdo de la revelación primitiva que había olvidado el universo! Antigua tradición de Dios mismo, tradición oscuramente conservada por algunos sabios, pero que no tardó a perderse entre los groseros errores del politeísmo, y promulgada en fin en todo el mundo por la fe cristiana que devolvía a estas virtudes naturales una sanción más elevada!
Al lado de estos preciosos fragmentos que pasaron así de la obra de Cicerón a los primeros defensores del cristianismo, debemos colocar un trozo más conocido, cuya conservación se ha debido a un filósofo platónico. Basta indicar el "Sueño de Escipión", episodio admirable del tratado sobre La República, ficción sublime en la que Cicerón hizo salir de la boca de un hombre grande el dogma de la inmortalidad del alma para añadir el apoyo de esta gran verdad a todas las leyes y a todas las instituciones de la tierra. Macrobio, que al principiar el siglo V transcribió y comentó este pasaje a la mayor parte de los literatos latinos de aquella época, muy ocupado con las curiosidades filológicas e ignorante de las grandes ideas del cristianismo, cuyo nombre no pronuncia en su comentario ni en la colección; pero de origen griego, aunque escribía en latín, había adquirido el gusto de esa especie de teurgia, de esa mezcla de abstracción y de iluminismo por el que la Grecia alimentaba sus antiguas creencias y procuraba rejuvenecerlas. Lo que le interesa y lo que desenvuelve en su comentario son los raciocinios quiméricos sobre algunas ideas pitagóricas a las que había aludido Cicerón en ciertos lugares del "Sueño de Escipión", sin duda para dar a la verdad fundamental de este pasaje un no sé qué misterioso y solemne [....] Mas no por eso debemos estar menos agradecidos a Macrobio por haber reproducido en su colección este admirable episodio de la obra que los siglos han tenido oculta por tanto tiempo.
miércoles, 10 de junio de 2020
Enigmas, de Iliya abu Madi
VI
miércoles, 28 de marzo de 2018
La sensatez no se oye. Entrevista a Emilio Lledó.
Este ilustre profesor que ha enseñado Filosofía durante décadas publica ahora 'Sobre la educación', y del libro y de lo que ahora nos acontece (Universidad, posverdad, nacionalismo, Humanidades) habla aquí
Antes de nada, Emilio Lledó (Sevilla, 1925) es el profesor que no ha perdido la vocación de las aulas, que no ha desfibrado su entusiasmo por enseñar. En Valladolid, en Heildelberg (Alemania), en La Laguna, en Barcelona, en Madrid. En institutos y universidades. Lledó es de esos hombres honestos y satisfechos que han desplegado Filosofía en miles de alumnos, generando gratitudes y una irremediable vocación de pensar. El lenguaje es otra de sus jurisdicciones razonadas. Y todo se concreta en un humanismo claro, desenvuelto, provisto de la lucidez de saber mirar al otro. Lledó no juega a impostar modales de posmodernidad, sabe que la lucidez de su pensamiento tiene mucho de plena vigencia. Como aprende en Platón, Aristóteles, Kant y Nietzsche. La verdad es lo sencillo. Este hombre habla acumulando sentido en lo que dice. El último de sus libros de ensayos y artículos es Sobre la educación (Taurus), donde insiste en algunos de los temas principales de su ideario: la necesidad de la literatura y la vigencia del pensamiento. Por dentro de estos textos asoman igual Juan de Mairena y Clineas, Schiller y Ortega.
La cultura, el saber, es una de las últimas coartadas sociales para la multitud. De ahí el desafío de este conjunto de ensayos. De ahí la palabra de Lledó.
Pero este libro no nace con afán de desafío. Es sólo el resultado de mi experiencia como profesor, que suma más de 50 años. La escritura de estos textos ha sido una tarea espontánea a lo largo del tiempo. Me alegra dejar testimonio de una vida, aunque parezca un desafío cuando tendría que ser una normalidad.
La tecnología va tomando cada vez más espacios de realidad, algo que de algún modo colisiona con los propósitos del Humanismo que usted reivindica, fomenta y defiende. ¿Los pone en peligro?
Ya lo están. Y no es fácil especular hasta dónde aguantará la filosofía y la literatura, tan necesarias sin embargo, en los planes de estudio y en la sociedad. Yo no me encuentro muy cómodo en este presente. Es nuestro mundo, lo sé, aunque también sospecho que estamos cometiendo entre todos un grave error.
¿Cuál?
Creer que las Humanidades son algo secundario de la vida humana. Es cierto que el aspecto utilitario en las Humanidades no parece inmediato como el de la tecnología, pero sin ellas no es posible nada. Nos aportan conocimiento y capacidad de reflexión crítica. La importancia y necesidad de los grandes conceptos (Justicia, Bien, Verdad) es algo que aprendemos de leer filosofía, de leer literatura.
Y en el auge de la confusión irrumpe el concepto de «posverdad».
Ese término me inquieta mucho. No sé qué significa exactamente: quizá sea el suplemento de pasión que ponemos en lo que creemos verdad y luego no lo es. La posverdad desfigura aquello que intentamos interpretar. Es un grave error de la política educativa el que se pueda tener en cuenta la posibilidad, aunque sea de un modo solapado, de abandonar lo que se llama Humanidades. En ellas reside la esencia misma de los seres humanos: la literatura, el lenguaje, el sentido exacto de las palabras para poder detectar quién nos manipula y para qué nos manipulan.
Y a la vez se estrecha la idea de libertad individual.
Naturalmente, la libertad es la libertad de poder cambiar, de poder pensar, de poder mejorar. Y para mejorar hay que ser libre. Si estás atado a unos conceptos que no tienen futuro en tu mente no eres libre, estás esclavizado. La libertad es fluencia y, a la vez, una manera de aprender cómo hay que vivir. Cómo es la vida colectiva, no sólo la individual. Por eso me sorprende tanto el resurgir del nacionalismo.
Que va a más.
El nacionalismo es un error, más cuando lo que necesitamos urgentemente es globalizar algunos sentimientos humanos.
Y razonarlos, ¿no hay un cierto miedo a razonar?
Lo hay. Y es muy desalentador. Hemos aceptado el que sean otros los que nos resuelvan el pensamiento, los que razonen por nosotros. En este sentido, la tecnología también tiene una gran responsabilidad.
Y la política también, que se ha ido vaciando de referentes vitales.
Eso es tremendo. Tiene que ver con la pérdida generalizada de sentido crítico. La cantidad de medios de comunicación que tenemos facilita resbalar si no se tiene una mínima base de comprensión. De ahí que sea tan importante que los chicos y chicas se acostumbren a leer desde temprano, que se familiaricen con la riqueza del lenguaje y con la posibilidad de impregnar de libertad las palabras.
Defiende también el lenguaje como uno de los rasgos constitutivos de la identidad de los individuos.
Lo creo plenamente. Lo más difícil, ya lo decía la tradición griega, es conocerse a uno mismo. Y a esa posibilidad sólo se accede desde el lenguaje. Con un lenguaje lleno de humanidad, de sentimientos, de ideas. No vale sólo patinar por el lenguaje que se nos entrega, sino que hay que profundizar en él.
Las últimas noticias sobre una de las universidades públicas de la Comunidad de Madrid no son muy alentadoras sobre esto que habla, parece que la inmundicia de cierta forma de entender la política se ha instalado en ella.
La Universidad es una apertura, nada tiene que ver con esa inmundicia a la que algunos y algunas la someten. La Universidad ha sido mi vida, así que sé bien de lo que hablo. Al releer estos textos veo que reúnen algunas de mis preocupaciones esenciales, que vienen directamente de la experiencia.
De ahí esa defensa sin fisuras del educador.
Claro. Frente a esos políticos que piden un ordenador por cada alumno, yo reivindico más profesores para más alumnos. Los ordenadores, sin alguien que los llene de sentido, te atropellan.
jueves, 25 de febrero de 2016
Eduardo Mendoza, Selectividad
lunes, 5 de octubre de 2015
Filosofía, asignatura marginada
miércoles, 26 de agosto de 2015
Los libros que nos construyen y nos salvan
martes, 26 de mayo de 2015
Cada vez cierran más librerías en España
Segunda etapa del viaje por las librerías: ¿qué tienen en común la
librería más antigua de España y algunas de las recién llegadas?
Un rincón de cuentacuentos y otro de Cuentogatos es el secreto que une los 164 años que separan la librería más antigua de España de una de las más nuevas y singulares. La primera abrió en Burgos en 1850 bajo el nombre de Hijos de Santiago Rodríguez, hoy llevada por la quinta y sexta generación de la familia; la segunda se inauguró en Málaga, hace diez meses, como Librería de Los Gatos.
Es el arco de la vida de las librerías españolas, bajo el cual han desaparecido en los últimos cinco años 2.237 de las 5.887 que existían en 2009. Las de Burgos y Málaga representan el pasado y el presente, que se hace porvenir con una estrategia parecida: diversificar las técnicas para seducir al lector, tener vendedores y propietarios que sepan de libros y mimen a sus clientes, fomentar y promover la lectura de los más pequeños, abrirse camino como espacios culturales que los diferencie de los demás y moverse en el ciberespacio como gatos por su casa.
Solo quedan 103 librerías fundadas antes de 1940, del total de 3.650 que sobreviven. La más antigua es la citada de Burgos: Hijos de Santiago Rodríguez. Desde 1960, se ubica bajo los soportales de la plaza Mayor. Su emplazamiento original estaba detrás, en un local de la calle Laín Calvo. “Aún recuerdo cuando iba de pequeña y la librería olía a madera, y el uniforme de las vendedoras era con una chaquetilla”, dice Mercedes Rodríguez Plaza, responsable del local, donde trabaja con sus dos hijas: Lucía, encargada de Internet, y Sol, coordinadora de las actividades culturales.
La llegada de los años malos, desde 2008, le ha enseñado a buscar nuevas rutas y tratar de reconvertirse, cuenta esta profesora, dedicada a la librería desde comienzo de este siglo. Esa escuela le permite decir que “hay que estar atentos a los gustos de los lectores, como cierta poesía romántica y narraciones fantásticas por las que los jóvenes preguntan ahora”. Y empezar por los niños.
En la buena literatura infantil, sobre todo en gallego, y los álbumes ilustrados se ha especializado Marxe, en A Estrada (Pontevedra). Galicia, con 305 locales, es la comunidad con mayor número de librerías por cien mil habitantes (14,4), muy por encima de la media nacional (7,8).
Xan Astorga abrió Marxe hace tres años, en mitad de la crisis económica y del sector. Parecía una locura, pero confió en su experiencia, pues a principios de los noventa trabajó en una librería, luego en una editorial, después montó una librería con otros amigos, hasta que en 2010 salió de allí: “¿Y, ahora, qué camino cojo?”. Astorga volvió entonces a la casilla de salida, pero ya por su cuenta. Desde 2012, pasa la mitad de sus días en unos cuarenta metros cuadrados llenos de libros, en especial para los niños, que completa con la venta de papelería. “El problema es que se están acabando los lectores”, advierte. Y apostilla: “¿Qué podemos esperar de un país donde el periódico más leído es el Marca?”.
Para contrarrestar ese sino, Carmen María Vela García ha creado la Librería de Los Gatos, en Málaga. Esa especialización se le ocurrió en el penúltimo minuto. Toda la vida había querido abrir una librería infantil, pero intuía que algo faltaba. La singularización que busca todo librero, sobre todo en estos tiempos.
A ella, que le gustan los gatos desde los cuatro años, cuando su padre le enseñó a acariciar uno, de repente supo que su animal preferido y su presencia temática en los libros para su crianza y cuidado y su protagonismo en la literatura, más de lo que nadie se imagina, era la clave. De esta forma, desde el 11 de julio de 2014, la malagueña calle Fajardo, 4 tiene una librería dedicada a una mascota. La segunda parte del local se dedica a la literatura infantil, con énfasis en volúmenes ilustrados y de gran formato, y la tercera, a los artículos alrededor del mundo del gato y los libros.
Al fondo, a la izquierda, está el secreto que la une con aquel local de Burgos abierto en 1850, un espacio aquí llamado El rincón del Cuentogatos, a veces con música y canciones en vivo. Hay una pizarra, libros, juguetes y una pequeña mesa redonda con sillas en forma de gato que los niños, cuando ven todo eso desde la calle, entran hasta allí como felinos. Y detrás de ellos sus padres a rescatarlos… pero, al final, se quedan un rato más porque se topan con la coartada perfecta para reencontrarse con una parte de sus gustos y debilidades.
Esas especializaciones son parte de la metamorfosis que viven las librerías. Todas buscan las siete vidas del gato al saltar al mundo digital y reinventar las estrategias del pasado. El éxito del futuro está en el pasado, a veces.
Mañana, tercera y última entrega: De la diversidad analógica al mundo digital.